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Actualizado: 20 de julio de 2025
Siempre que salía yo con doña Rita, a la iglesia, de paseo, o para ir en casa de alguna amiga, ¡zás! indefectiblemente, como si le evocasen, se mostraba él y casi tropezaba con nosotras. Y me miraba con unos ojos... ¡Válgame el cielo, qué ojos! Pero no se atrevía a hablarme. Jamás le he visto ni en bailes, ni en tertulias, ni en teatros.
Por mucho que le aguijonease el deseo de sus cuatro cuartos, no se atrevía a descolgarse del murallón, temiendo hacer ruido y que le apuntasen con el cañón de aquel arma, cuya ancha boca debía, de seguro, vomitar fuego y muerte.... Así transcurrieron diez segundos de angustia para el angelote. Antes que pudiera entrar a cuentas con el miedo, ocurrió un nuevo incidente.
Sentada en un sillón de brazos, había levantado la cabeza al sonar el pestillo y la puerta que se abría, había visto que la volvía á cerrar quien había entrado, había reconocido al punto al Comendador, y aun casi inmóvil, silenciosa, le miraba de hito en hito, sospechaba si estaría soñando, y apenas si se atrevía á dar crédito á sus ojos. El Comendador se adelantó lentamente dos ó tres pasos.
Hubo una larga pausa, un silencio tan difícil de sostener como de romper. Ninguno de los dos interlocutores se atrevía a hablar. Era, en verdad, la situación muy embarazosa. Tanto para ellos el expresarse entonces, como para nosotros el reproducir ahora lo que expresaron, es empresa ardua; pero no hay más remedio que acometerla.
Al atravesar la calle de Santa Feliciana, Fortunata creyó ver... juraría... Le corrió una exhalación fría por todo el cuerpo. Pero no se atrevía a mirar para atrás con objeto de cerciorarse. Probablemente no era más que delirio y azoramiento de su alma, motivados por las mil andróminas que le había contado Mauricia. Llegaron, y como todo estaba preparado para pernoctar, nada echaron de menos.
La conversación fué mucho tiempo indiferente y penosa. No se atrevía á comenzar; estaba distraído, no decía cosa ordenada. Soledad, que tal vez sospechaba algo, se mostraba más grave que de ordinario y más parca de palabras. Mas por fin, y tomando pie de los frecuentes paseos que la joven daba por el Perejil, se atrevió á decir: Te veo casi siempre acompañada de Antoñico.
Como el dinero escaseaba en casa y cada vez que se presentaba Agapo, era recibido con una lección de solfeo, no se atrevía él a ir y pasaba los días vagando, comiendo naranjas o un pedazo de pan duro, mojado en el cocido de alguna lavandera caritativa; a veces, por ganar algo, hacía changas en el muelle, llevando la maleta de algún viajero o vendía periódicos y fósforos, pero, decididamente, no servía él para el trabajo; un día le llevaron a la comisaría por desorden, y ya aprendió el camino, de tal modo, que rara era la noche que no dormía en duro banco, en compañía de borrachos y ladrones.
Con estos y otros consuelos, don Simón hasta se atrevía a toser sin taparse la boca, cuando el frío de la noche le obligaba a ello. De pronto se encontraba en una poza con el agua hasta las cinchas. ¡Afloje usted las riendas le gritaban desde atrás , y deje al caballo que siga la calzada!
El empleo le permitía frecuentar la sociedad de los prepotentes, mientras éstos le ayudaban inconscientemente a mantenerse en el empleo. Ningún ministro se atrevía a dejar cesante a un hombre con quien iba a tropezar en todas las tertulias y saraos de la corte.
Admirada quedó Camila de la respuesta de Anselmo, que la puso en más confusión que primero, porque ni se atrevía a estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres; porque en la quedada corría peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su esposo.
Palabra del Dia
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