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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Es necesario que esta noche en mi mismo cuarto le vea yo, y para ello voy á escribirle. Pero Clara, ¿tienes tú seguridad de ese hombre? dijo la reina asustada por la violenta salida de doña Clara. El no abusará ni de mi carta ni de mi cita. Y adiós, señora, adiós, necesito prepararme. Y doña Clara salió sin esperar la respuesta de la reina.
Cuando yo tome la alternativa... decía a cada paso, haciendo depender de ella todos sus planes sobre el porvenir. Para entonces dejaba una serie de proyectos con que había de sorprender a su madre, pobre mujer asustada del bienestar que se colaba de rondón en su casa, y que ella creía de imposible aumento. Llegó el día de la alternativa: el reconocimiento de Gallardo como matador de toros.
La muchacha tendría quince o diez y seis años; era delgada, esbelta, con las mejillas doradas por el sol; los ojos brillantes, obscuros; el pelo rubio, de fuego, y la expresión entre asustada y salvaje. En las paredes del cuartucho había unos mapas, un barómetro, un reloj de barco y una brújula; se notaba que era la casa de un marino.
El delegado preguntó inmediatamente: ¿Pero ha venido usted ayer de Madrid con un chico? Sí, señor. Pues usted es la mujer del niño. ¡Yo, señor! exclamó la infeliz asustada. ¡No lo crea usted! ¡No lo crea por Dios, señor! Sí; usted es la mujer del niño... del niño de D. Ricardo... Vamos a ver a ese D. Ricardo ahora mismo. Y volviéndose a Mario añadió: Me parece, Sr.
Finalmente, había escrito á su madre manifestándole que deseaba permanecer en Cádiz una larga temporada y que si le contrariaba en este deseo estaba resuelto á embarcarse para América. La pobre señora, asustada y conociendo el carácter impetuoso de su hijo, por no perderle para siempre, cedió á su capricho. ¿Qué esperaba allí? ¿Qué pretendía? Ni él mismo sabría decirlo.
Vieron unos ojos cuyas pupilas de color de ceniza estaban dilatadas por la sorpresa; un rostro de palidez verdosa, algo descarnado, que se coloreó instantáneamente con un acceso de rubor. Parecía asustada de que alguien pudiese oírla. Con un gesto de timidez y contrariedad cerró el instrumento, púsose de pie y marchó hacia la puerta del salón para huir de los dos importunos.
El tuno de Simón llevaba del brazo á dos robustas muchachas, á las que juraba amor eterno, y entre las últimas filas descollaba la elevada estatura de Tristán, en cuyo ancho hombro se sentaba una chicuela pescadora de quince abriles, que un tanto asustada asía con ambas manos el casco del gigante.
Jacobo hizo ademán de lanzarse a él, mas Currita le detuvo asustada... El niño, ronca la voz por la ira, breve y cortada como la de un calenturiento, volvió a gritar: ¡No me da la gana!... ¡Vete de aquí!... ¡Aquí no mandas tú!... ¡Esta no es tu casa!...
¡Es que daba unos brincos tan grandes!... Se ponía así para arriba... ¡Jesús! Yo estaba asustada. Es que la estaba enseñando a levantarse de manos repuso el joven sonriendo con superioridad. Como no la han trabajado hasta ahora, se resiste un poquito.
No sé cuanto tiempo después de haber logrado conciliar el sueño, rasgó el silencio de aquella noche tal grito de terror, que sigue y seguirá retumbando en mis oídos, mientras yo viva. Lo oyó mi mujer y despertó asustada; lo oyeron los sirvientes todos, y en breves momentos, los claustros fueron poblándose de sombras, que inquirían con voces de miedo qué acontecía.
Palabra del Dia
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