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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Si Ana, asustada, otra vez buscaba amparo en los ojos del Magistral, huyendo de los otros, no encontraba más que el telón de carne blanca que los cubría, aquellos párpados insignificantes, que ni discreción expresaban siquiera, al caer con la casta oportunidad de ordenanza.
¿Culpable? ¿A excusarse? exclamó, procurando reponerse de la sorpresa. Sí, soy un loco, un amigo cruel y desolado que viene a ponerse a sus pies y pedirle perdón... Pero, ¿qué tengo que perdonarle? añadió, un poco asustada por aquella calurosa invasión en la tranquilidad de su retiro. Mi conducta pasada, todo lo que he hecho, todo lo que he dicho, con la estúpida intención de herirla a usted.
¡Salir! exclamó la mística tan asustada, que Clara se arrepintió del consejo ¡Salir! y ¿á dónde? Pues ... quiero decir ... que usted debe procurar ... pues.... Cuando se está mucho tiempo encerrada en la casa, la salud se quebranta ... así es que ... siempre es bueno ... salir un poco....
Lo mismo que sus esposos, hijos y hermanos, el color de aquellas mujeres era pálido, enfermizo, sus facciones menudas, su mirada lánguida, sus manos y sus pies pequeños. Al pasar vieron también algunos hombres atacados de fuerte temblor. ¿Qué es eso? ¿Por qué tiemblan así esos hombres? preguntó asustada Esperancita. Son modorros le respondió un empleado. ¿Y qué son modorros?
«Ya ves, hija, tú has cometido una falta, tratar a la señora con altivez, con insolencia; esto, que es feo de por sí, la asustó a ella haciéndole creer que sabes algo y que abusas de tu secreto; le asustó a él que teme que vas a cantar, y me perjudica a mí, como comprendes, porque... ya ves... estando asustada ella... recelosa... pago yo.
Estaba asustada de su propia obra. «Yo soy una loca pensaba tomo resoluciones extremas en los momentos de la exaltación y después tengo que cumplirlas cuando el ánimo decaído, casi inerte, no tiene fuerza para querer». Recordaba que de rodillas ante el Magistral le había ofrecido aquel sacrificio, aquella prueba pública y solemne de su adhesión a él, al perseguido, al calumniado.
Mesía y Paco, en los días anteriores, habían venido varias veces al Vivero, a caballo; Mesía había encontrado a la Regenta expansiva, alegre, confiada: y sin hablar palabra de amor pudo conseguir que ella escuchase consejos que él juraba higiénicos principalmente. «El misticismo era una exaltación nerviosa». En eso estaba Ana también, asustada todavía con los recuerdos de sus aprensiones.
¡Ay, Angelina! exclamé poniéndome en pie. ¡Es preciso que esto tenga término!... La joven comprendió al punto lo que iba yo a decirle, y se puso trémula, asustada, roja como una amapola. Me acerqué de puntillas, y apoyado en el respaldar del sillón, me incliné, y en voz baja le dije al oído: Angelina: ¡la amo a usted! ¡Me muero de amor!...
No había que olvidar que don Fermín no la quería ni la podía querer para sí, sino para don Víctor». Cuando Ana se perdía en estas y otras reflexiones parecidas, se oyó la voz de Obdulia que daba grandes chillidos pidiendo socorro. Los que tomaban pacíficamente café bajo la glorieta, acudieron al extremo de la huerta. ¿Dónde están? ¿dónde están? preguntaba asustada la Marquesa.
Un poco asustada, la nena besó también a su madre, sin efusión de cariño, y como besan a cualquier persona los chicos obedientes, cuando se lo manda la maestra. «¡Ay, qué mala he sido! exclamó la enferma, también sin efusión, como quien cumple un trámite... . Niña de mi alma, bien haces en querer a la señorita más que a mí, porque yo he sido más mala que arrancada, ¡re...!». Atravesósele el vocablo, y ella hizo como que escupía algo.
Palabra del Dia
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