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Atravesó Versalles, la de los jardines de ensueño, cuna de reyes, de amores y de escándalos.... Salvador no estaba muy enterado de estos lances de historia cortesana; conocía vagamente un poco de todo ello, y apenas si aquellas memorias se asomaron un minuto a la niebla de sus pensamientos.

Pero Ramiro, agitado, convulso, como si fuera a caer presa de un síncope, se puso a correr delante de ellos, gritando: ¡Álvaro, Álvaro! ¡Que entra la z... en tu casa! Dos criadas se asomaron a la escalera y contemplaron con estupor la escena. El viejo no se detuvo en el principal; siguió hasta el segundo, dando los mismos gritos.

El núcleo principal ocultábanlo unas colinas, pero por detrás de ellas asomaron, cual blancos tentáculos, los bulevares vecinos al mar, las luengas barriadas que la ponen en contacto con los pueblos inmediatos. Frente a Río Janeiro, en la ribera opuesta de la bahía, alzábase otra ciudad blanca, Nictheroy.

Le inspiraban las mujeres poca confianza según decían los comentadores alegres y no queriendo perder de vista a sus hermanas, para salir él de su altar, habían de ir éstas por delante. Asomaron a la puerta de la iglesia las santas hermanas, balanceándose en su peana sobre las cabezas de los devotos. ¡Vítol les chermanetes!

A sus ojos asomaron las lágrimas. «No interprete usted mis lágrimas como una concesión dijo a Isidora . Lloro por el recuerdo de mi querida hija. En cuanto al parecido...». Volvió a observarla tan fijamente, que Isidora, al sentirse acariciada por aquel mirar profundo, se estremeció de esperanza.

Con sus parangs, que son unos machetes muy pesados y cortantes, pueden hacerlo facilísimamente. ¡La caída que daríamos sería buena! Mortal, señor Cornelio. Salgamos dijo el Capitán . No hay que dejar que se acerquen. Salieron del interior de la choza y se asomaron a la barandilla de bambú del corredor, desde donde podían distinguir todos los alrededores.

Era una cursilería, como organizada por la gente ordinaria de la plazuela, buena únicamente para divertir a los de escaleras abajo. Pero la víspera de San José, impulsadas por la curiosidad, se asomaron al balcón muy temprano y experimentaron una agradable sorpresa, pese a su anterior indiferencia de muchachas distinguidas.

¡Que salieran! ¡que salieran y sabrían lo que era bueno!... ¿Pero, entrar allí?... Asomaron a la puerta varios espectadores, atraídos por la noticia de la invasión que llenaba las calles. Uno de ellos, con capa y sombrero de señorito, osó avanzar hasta aquellos hombres envueltos en mantas, que formaban un grupo frente al teatro.

«¡Ya llegan, ya llegan! repitieron los del Casino y las señoras de la Audiencia cuando la procesión llegaba de verdad. Ahora no era un rumor falso, eran ellos, era el Entierro». Cesaron los comentarios en los balcones. Todas las almas, más o menos ruines, se asomaron a los ojos. Ni un solo vetustense allí presente pensaba en Dios en tal instante. El pobre don Pompeyo, el ateo, ya había muerto.

Teobaldo le dijo; lo todo; acusaba a usted de injusto y de riguroso, cuando no hacía otra cosa que cumplir dignamente los severos deberes de una santa amistad. Perdóneme, amigo mío... Y Juanita le tendió la mano. Hubo entonces un momento en que aquel prelado, de fisonomía impasible, de facciones duras y severas, no pudo contener su emoción, y asomaron a sus ojos abundantes lágrimas.