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Actualizado: 12 de junio de 2025
En primer término asomaron las cabezas los recién venidos, y al punto calló la música y se oyeron vivas a los delegados, a Cantabria, dominando el clamoreo una voz aguardentosa que desde la esquina repetía incansable «¡Viva la honradez!». Una mujer se adelantó, y entrando en el círculo de luces, gritó con voz fresca y potente: ¡Que brinden a la salud del pueblo!... ¡Que brinden!...
Aquel recuerdo le conmovió tan profundamente, que los más pequeños objetos, las herramientas de su oficio las barrenas largas y relucientes, el hacha de mango corto, los mazos de madera, la estufilla, el armario desvencijado, las vasijas de barro vidriado, la vieja imagen de San Miguel colgada de la pared, el antiguo lecho de dosel que se hallaba al fondo de la alcoba, el taburete, el baúl, la lámpara de mechero de cobre , todo se le reproducía en la memoria como una pintura animada, y las lágrimas asomaron a sus ojos.
Siguió caminando un rato en silencio, y por fin, sacando unos papeles del bolsillo, se los entregó diciendo con voz sorda: Si perezco, déle usted esto al señor Benito. Dos lágrimas asomaron a sus ojos al mismo tiempo. ¿El señor Benito el Rato? preguntó Peña. Don Rudesindo no le oyó. Se había escapado ya por la carretera adelante para ocultar su emoción.
Dos monjas que estaban de turno en la portería se asomaron también por otra ventana baja; pero lo mismo fue verlas Mauricia que empezar también a mandarles piedras. Nada, que tuvieron que retirarse. Asustadas las infelices, quisieron pedir auxilio.
«¡Dejarte! rugió el viento arrebatándole en un torbellino y volteándole en el aire como un trompo ; no en mis días.» Las lágrimas que se asomaron a los ojos de Paca, corrían ya por sus mejillas. El viento siguió la abuela depositó a Medio pollito en lo alto de un campanario. San Pedro extendió la mano y lo clavó allí de firme.
Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios: que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie.
En cuanto a Perico, escondió la cabeza entre las manos, y murmuró más de tres docenas de «Jesús, Jesús.... Válgame Dios, válgame Dios.... Qué desgracia, qué desgracia...» y aún debo añadir, en honra de la sensibilidad del insigne pollo, que se demudó bastante su rostro, y pugnaron por asomar a sus lagrimales, y asomaron al fin, unas cuantas gotas de eso que los poetas llaman rocío del alma.
Perdóname el haberte engañado y procura ser feliz, como lo desea tu mejor amigo Luis.» Trazó los renglones de esta carta con mano trémula. Antes de terminar, algunas lágrimas asomaron a sus ojos. Josefina duerme. El noble maestrante fácilmente dio con el autor de su deshonra. Así que leyó el anónimo y se recobró del susto, sus sospechas fueron a parar al conde de Onís.
Todo se lo he confesado al Padre García, mi confesor, que es un santo, severo consigo mismo y con sus prójimos indulgente. Pero, a pesar de su indulgencia, se resiste a darme la absolución si no me aparto para siempre del mal camino. Es, pues, necesario que nuestras relaciones concluyan. Al llegar a este punto, Arturito se puso tan enternecido que las lágrimas asomaron a sus ojos.
Ronzal, de la comisión que recibía a las señoras, se apresuró, en cuanto asomaron los de Quintanar en el vestíbulo, a ofrecer a la Regenta su brazo. ¿Cuál? «el derecho, sin duda el derecho pensó». Grande fue su pena al notar que Paco Vegallana ofrecía a Olvido Páez que entraba al mismo tiempo, no el brazo derecho, sino el izquierdo.
Palabra del Dia
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