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Actualizado: 28 de junio de 2025
De carácter serio, tímido y dulce, pero dotado de un corazón noble y generoso, Arturo mostró, desde muy niño, profunda inclinación por la carrera de las armas, por el uniforme y la charretera; tal vez debíase esto a que, en el palacio de su tío, no veía más que trajes negros y sobrepellices.
Arturo, que adoraba a su madre, prometiole en su lecho de muerte cuanto ella quiso; promesa tanto más fácil de cumplir, cuanto que, desde su infancia, experimentó un miedo horrible hacia su tío y había sido acostumbrado a someterse siempre, sin oponer la menor resistencia, a sus menores indicaciones.
Pero dieron las once y media, luego las doce, y Arturo no parecía. Por último, transcurrió toda la noche sin que él llegara; pero ella seguía esperando. Tampoco se presentó el Conde al otro día... ni en los siguientes. Judit no recibió ninguna carta; no volvió a verle. ¿Qué significaba aquello? ¿Qué había sucedido?
Después de semejante escándalo, era imposible pensar, durante mucho tiempo al menos, en hacerle abrazar la carrera de la Iglesia. Y esto era lo que Arturo deseaba. Su tío escribió a Judit la amenazadora carta que ya conocen ustedes, y el Rey comunicó al Conde la orden de abandonar a París en el término de veinticuatro horas. Era forzoso obedecer.
¿Y quién no le conoce en Madrid?... Digo, en el supuesto de que sea el que yo creo, como me lo dan a entender el periódico, el estilo de los sueltos y sus frecuentes paseos con usted en el salón de conferencias. ¿Luego usted alude...? Al insigne Arturo Marañas. En efecto, le conozco, pero superficialmente...; quiero decir, que no hay entre nosotros...
Corrí a anunciársela a Arturo, el cual recibió la noticia con una displicencia incomprensible. Cuando no se le hablaba de Judit, todo le era indiferente. Por mi parte, me apresuré a liquidar sus deudas y a desempeñar sus bienes, y, desde entonces, todo marchó admirablemente, hasta que tuvo lugar un caso de difícil explicación.
Impuso silencio y habló de esta suerte: Yo tengo en Chinchón un excelente amigo, llamado D. Arturo González, el cual es tan profundo sociólogo como hábil fabricante o cosechero de aguardiente de anís doble. De este producto suyo me ha enviado algunas botellas, en cuyo marbete, que hoy se llama etiqueta, se lee con asombro: Espíritu-Sociológico o líquido altruista.
Cuando hubo terminado el tercer acto de Los Hugonotes, el notario prosiguió en esta forma: Señores, adivino que sienten ustedes curiosidad por saber lo que había sucedido a nuestro amigo Arturo, y sobre todo, por saber a ciencia cierta de qué clase de sujeto se trataba. ¿Por qué no ha empezado usted por ahí? le dije.
Arturo fue, pues, a París, haciendo de París su residencia habitual y el centro de sus excursiones.
En fin apareció un joven que se había retardado un poco en la calle tomándose tiempo para acabar un cigarro que había encendido al salir del cementerio. Se deslizaba discretamente en nuestras filas, cuando la señora de Saint-Cast lo notó. ¿Es usted, Arturo? dijo con una voz semejante á un soplo. Sí, mi tía dijo el joven, avanzando como centinela al frente de nuestra línea.
Palabra del Dia
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