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Actualizado: 28 de julio de 2025


Y aunque hubiesen advertido al obispo de las secretas pasiones de su sobrino, había fingido ignorarlo todo, pensando, acaso, como Molière, Que pecar en silencio no es pecar. ¿Qué camino, pues, le quedaba al pobre Arturo, que corría en pos del escándalo, como corren otros en pos de la gloria, sin poderlo alcanzar?

Por él supo que su prima Eulalia se casaba al fin con Arturo Valle, el joven abolicionista que había conocido en casa de tío Bernardo, quien había consentido en este matrimonio en vista de que Valle iba templando un poco sus opiniones avanzadas y había renunciado a los banquetes antiesclavistas.

Sólo tuvieron una hija; y cuando ésta iba á cumplir ocho años, Arturo Macdonald murió á consecuencia de una caída del caballo. La viuda, con su pequeña Alicia, se trasladó á Europa para vivir en Londres, cerca de su cuñado sir Edwin, miembro entonces del Parlamento, y admirado por la mejicana como uno de los directores del mundo.

Al ver a Arturo, la dama se estremeció e hizo un movimiento como para levantarse y salir; pero, sin poder apenas sostenerse, se apoyó en el antepecho del palco y cayó de nuevo sobre su asiento. Esta turbación hizo que Arturo se fijase en ella y que se aproximara para ofrecerle sus servicios. La dama, sin contestarle, le rechazó con un gesto.

Si hubiera recogido perlas, y diamantes, y rubíes en el bosque, no le sentarían mejor. ¡Es una niña espléndida! Pero bien á qué frente se parece la suya. ¿Sabes , Ester, dijo Arturo Dimmesdale con inquieta sonrisa, que esta querida niña, que va siempre dando saltitos á tu lado, me ha producido más de una alarma?

Sólo que se llama Arturo, que vive en la calle de Helder, núm. 7, y que este invierno se ha abonado a un palco segundo que da frente a la escena. ¿Y, según parece, está en el palco a todas horas? Viene a él solamente por la mañana; pero por la noche no lo ocupa nunca y está siempre cerrado.

Impulsada por tan benéficas miras, pronto atrajo Rafaela a su casa al joven Arturo; y pronto también logró que olvidase los devaneos de París y que reconociese que ella era por todos estilos más guapa que cuantas mujeres habían ido a cenar con él en el Café Inglés, en la Maison Dorée o en los kursaals que regocijaban y animaban, en aquellos días, las inmediaciones del Taunus y de la Selva Negra.

Y, decidido a morir, se encaminó directamente a la calle de Provenza. Llamó a la puerta, que se abrió en seguida... y, preguntó temblando: ¿La señorita Judit?... Está en casa dijo tranquilamente el portero. Arturo lanzó un grito y se apoyó en la barandilla de la escalera para no caer.

Se explicarán ustedes perfectamente que, consagrado por completo a su amor y a sus penas, Arturo apenas se cuidaba de sus asuntos; pero yo me interesaba por él y observaba con pesar que tomaban un sesgo enojoso.

No se descuidó Arturo, aprendió cuanto hay que aprender y supo aprovechar las lecciones que le dieron; pero las lecciones salieron extremadamente caras. A los dos años de haber estado Arturo en Europa, había ya gastado a su padre, perdiéndolo al juego o en obsequio de las ninfas, cerca de 400 millones o contos de reis.

Palabra del Dia

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