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Actualizado: 28 de julio de 2025
El ministro había preguntado á Ester, con no poco interés, la fecha precisa en que el buque había de partir. Probablemente sería dentro de cuatro días á contar de aquel en que estaban. "¡Feliz casualidad!" se dijo para sus adentros. Por qué razón el Reverendo Arturo Dimmesdale lo consideró una feliz casualidad, vacilamos en revelarlo.
¡Y yo he desconocido... he rechazado un amor semejante! exclamó Arturo. Yo; yo sólo he sido culpable... pero repararé mis faltas, le consagraré mi vida entera... ¡se lo prometo, se lo juro! ¿Quién podría hoy vituperarme por ello?... ¡Estaré orgulloso de tener una amante como ella!
Al terminar el baile, cuando se disponía a subir a su cuarto, tropezó entre bastidores con Arturo, el cual, en presencia del gentilhombre que entonces presidía las funciones de la Opera, le dijo: ¿Me permite usted, señorita, que la acompañe a su casa? Será un honor para mí balbuceó la joven temblando, sin notar que su respuesta excitaba la hilaridad de sus compañeras.
A pesar de lo expuesto, como doctrina general, contra la cual he pecado yo también, dejándome llevar de la corriente al escribir algunas novelas, me complazco en declarar aquí que me han entrado ganas de retractarme y de abjurar de la doctrina general mencionada al leer La Goletera, de D. Arturo Reyes.
Le era imposible adivinarlo, y, no obstante, ¡se hubiera sentido tan dichosa en poder participar de su aflicción! No se atrevía a esperar tanta dicha, pero en silencio hacía suyas las penas del Conde, aun ignorándolas, así como su tristeza habitual. Con frecuencia le decía Arturo: ¿Qué tiene usted, Judit? ¿Cuáles son sus pesares? Si ella se hubiera atrevido, habría contestado: Los de usted.
Así era como se peinaba Judit... aquella graciosa postura, aquel talle fino y delicado eran los suyos... allí encontraba su porte, sus maneras, ese invencible y poderoso encanto que se adivina y que no puede definirse!... Por último, se levantó la desconocida. Arturo lanzó un grito.
Siguiendo la costumbre establecida, se le dijo que se pondría lo que él quisiera, para lo cual dejó sobre la mesa todo su discurso, tal como se le había corregido Arturo cuando aún era su amigo. Del mal, el menos. Aquella noche se acostó temprano y no durmió; pero, en cambio, sudó copiosamente.
Yo he querido competir con mi amigo D. Arturo, y sin robarle su marca registrada he hecho aguardiente de anís doble también, que es tan altruista y tiene un espíritu tan sociológico como el suyo. Estas muchachas traerán en sendas bandejas copas y aguardiente de Villalegre y de Chinchón.
De súbito, se abrió bruscamente la puerta del gabinete, y apareció Arturo, con un aire de turbación que nunca había visto en él. Señorita le dijo con viveza, tenga usted la bondad de vestirse; vengo a buscarla para ir a las Tullerías. ¿Es posible? Sí, hace un tiempo magnífico, un sol espléndido; todo París está allí.
¡Bravo, bravo! exclamó el marqués de Priego con ironía y aplaudiendo como si se encontrase en el teatro; ¡bravo! señor. ¿Pero usted, que todo lo sabe, podrá decirnos cómo Su Alteza el príncipe Arturo de Bretaña, a quien dio usted la vida, se ha encontrado de repente hombre influyente y consejero íntimo del rey de España? ¿Cómo su amigo el cantante ha llegado a ser hombre de Estado y empleado en misiones secretas e importantes cerca de varios soberanos de Europa?
Palabra del Dia
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