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Actualizado: 28 de julio de 2025


Siempre que Arturo hacía algunas frases pomposas e irónicamente elevadas por el estilo las terminaba exclamando: ¿Qué tal? ¿Me explico? ¿Entiendo o no entiendo la metafísica de amor? El Conde reprimía su disgusto: no se daba por aludido cuando podía, y si decía alguna palabra era con gravedad, sin seguir la broma.

Para Ester, á juzgar por lo que ella podía ver, el Reverendo Arturo Dimmesdale no presentaba síntoma ninguno visible de un padecimiento real y profundo, excepto que, como Perla ya había notado, siempre se llevaba la mano al corazón. Á pesar de lo lentamente que caminaba el ministro, había éste pasado casi de largo, antes de que á Ester le hubiera sido posible hacerse oir y atraer su atención.

No se desprendía de este sello ni por un solo momento; aquella divisa, insignificante para otra cualquiera y para ella tan expresiva, no podía pertenecer más que a ella misma. ¡De Judit procede esta carta! exclamó Arturo. Y la dejó escapar de sus temblorosas manos. Pues bien, eso implica la seguridad de que existe aún y piensa en usted... Debe, pues, estar satisfecho.

En tal caso vuestro nombre es Esteban Marvel, hijo primogénito del barón Guy del mismo apellido, muerto recientemente. El barón Esteban es mi hermano mayor, confesó en voz baja el noble y yo soy Arturo, el segundo de mi casa y de mi nombre. ¡Acabáramos! exclamó el implacable secretario.

Y ¿qué podría suceder al cabo? ¿Que Julieta y Arturo llegaran a mirarse como nacidos la una para el otro? Pues mejor que mejor. ¿No era ella rica? ¿No era él un personaje? ¿No era joven? ¿No tenía talento y elegancia?

Á sangre fría ha violado la santidad de un corazón humano. Ni ni yo, Ester, jamás lo hicimos. No: nunca, jamás, respondió ella en voz baja. Lo que hicimos tenía en mismo su consagración, y así lo comprendimos. Nos lo dijimos mutuamente. ¿Lo has olvidado? Silencio, Ester, silencio, dijo Arturo Dimmesdale alzándose del suelo; no: no lo he olvidado.

Poníase en escena Roberto, y esta obra me recordaba mi primera entrevista con Arturo. Me expliqué entonces su tristeza, su preocupación, y pensé en que el mismo Meyerbeer no podría menos de concederle su perdón por no haber escuchado el sublime trío de Roberto.

Este callar era heroico, este disimular demostraba a gritos la vehemencia y sublimidad de un generoso afecto. Llega a tal extremo el Conde decía Rosita , que será capaz de tener un desafío con quien divulgue por ahí que Beatriz le ama. E pur si muove añadía el poeta Arturo, si por acaso se hallaba allí.

Olvidó todo respeto, echó a rodar toda la prudencia, no previó consecuencia alguna, y, llegándose a Arturo, le dijo, si en voz baja, no tanto que alguno de los otros tertulianos no le pudiese oír: Sábelo para tu gobierno.

«Señorita: »Ayer se presentó usted en público, en las Tullerías, con mi sobrino el conde Arturo, y ha colmado usted la medida de un escándalo cuyas consecuencias son incalculables. »Aunque, debido a la impiedad de los hombres, haya permitido Dios que todo esté trastornado, aun tenemos medios de castigar la audacia de usted.

Palabra del Dia

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