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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Vaya, no puedes quejarte... Pero, ¿qué tienes? ¿Te vas a poner mala por un hombre a quien ves todos los días? Judit no oía estas palabras; era demasiado feliz. Arturo acababa de inclinarse hacia ella y le dirigía un saludo, con grande escándalo del dorado palco en que se encontraba.

Viéndole cuchichear a menudo con Rosita y estar en la casa con más desenfado que los otros, don Braulio, pasándose de listo en esta ocasión, hizo un arreglo allá en su mente, y decidió que el Conde de Alhedín representaba en aquella casa el papel que en realidad representaba el poeta Arturo.

ARTURO DIMMESDALE partió el primero, adelantándose á Ester y á Perla, y ya á cierta distancia dirigió una mirada hacia atrás, como si esperara descubrir tan sólo algunos rasgos débiles ó los contornos de la madre y de la niña desvaneciéndose lentamente en la semiobscuridad de la selva. Acontecimiento de tal importancia en su existencia, no podía concebir que fuese real.

Y, al pronunciar esto, señalaba a Arturo, que nada había oído, y a quien fue preciso explicar lo que sucedía.

¿De veras? preguntó don Simón con ansiedad, creyendo llegada la ocasión de saber lo que deseaba acerca del joven Arturo. ¡Es el mismo diablo ese chico! dijo sonriendo S.E. Luego ¿le conoce usted?

NOTA. Esta es la declinacion que me ha servido para la observacion de Arturo, que se hizo el dia 1 de Julio de este año; y así bajo el mismo sistema y elementos he procedido en las demas operaciones de esta especie.

Y le volvió la espalda, sin decir una palabra más. Arturo, furioso, fuera de , sin saber qué hacerse, corrió a casa de Judit, la acompañó a las Tullerías, la presentó como su amante a los ojos de todo París, en vísperas de entrar en el Seminario. Esta vez no pudo menos de obtener el resultado que esperaba.

¡Cuidado! no te vayas a enamorar de ella... Ya lo estoy. Ven, ven, la veremos más de cerca. Si podemos aproximarnos, porque hay mucha gente en torno suyo. Toda la multitud se expresaba en idéntica forma, y Arturo, a su vez, lo oía todo. Las mujeres, al ver el aire modesto de Judit, le perdonaban que fuese tan bella; y los hombres, contemplando con envidia a Arturo, se decían: ¡Feliz él!

Y, sintiéndose satisfecho de su epigrama, continuó en estos términos: El conde Arturo de V * descendía de una antigua e ilustre familia del Mediodía. Su madre, que se quedó viuda muy joven, no tuvo más hijo que él y carecía de bienes; pero tenía un hermano que era inmensamente rico.

Ya en él, al ver que Arturo la contemplaba con ternura, dio al olvido todos sus triunfos; no volvió a pensar en los elogios que la multitud le había prodigado, y entró en su casa diciendo: ¡Qué dichosa soy! El día siguiente, al levantarse, recibió dos cartas. La primera procedía del barón de Blangy, que, mucho más rico que Arturo, ofrecíale su amor y su fortuna.

Palabra del Dia

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