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Y la silueta del Cura que caminaba delante de todos, con sus hopalandas negras, con su negro tapaboca arrollado al pescuezo, ¡qué grande me parecía sobre la blancura deslumbradora de la nieve! ¡Y qué solemnidad tan temerosa y elocuente la de aquel silencio de la Naturaleza! ¡Y qué sonido tan débil, tan extenuado y melancólico el de las campanas de la parroquia doblando a muerto sin cesar desde que había amanecido!

Juanón y otros compañeros envolvieron el cadáver en una sábano, levantándolo de su lecho de harapos. Aún pesaba menos que en el momento de la muerte. Era, según decían aquellos hombres, una pluma, una arista de paja. Parecía que con la vida se hubiese evaporado toda la materia, no dejando más que lo envoltura, que apenas si marcaba un ligerísimo bulto en el lienzo arrollado.

Cuando iba á la capital, pasaba inadvertido por su aspecto rústico, con las mismas polainas que usaba en el campo, el poncho arrollado como una bufanda y asomando sobre éste las puntas agresivas de una corbata, adorno de tormento impuesto por las hijas, que en vano arreglaban con manos amorosas para que guardase cierta regularidad.

Por eso cuando salió el coche, avanzó ella a escape sin temor de ser atropellada por los caballos, llegó hasta la portezuela, y con la presteza del asesino que alarga el puñal, alargó un papel arrollado en forma de canuto. El papel cayó en el coche, y las dos personas que iban en este se inclinaron al mismo tiempo para cogerlo. ¡Oh dicha!

Cerca de la ventana permanecía arrollado el jergón con su almohada y sus sábanas, cama rústica que Margalida o su madre hacían todas las tardes. Jaime dormía allí con más tranquilidad que en su palacio de Palma.

Empezó luego a registrar los pliegues de su blusa entre extrañas contorsiones y muecas. Después de algunos momentos, sacó de Dios sabe dónde un delantal de niña, que colocó sobre el cesto, diciendo: Olvidar una pieza lavadero. Y comenzó de nuevo su registro. Por último, el éxito coronó al parecer sus esfuerzos; sacó de su oreja derecha un pedazo de papel de seda pacientemente arrollado.

Vestía traje de fiesta en todo tiempo: sus pantalones eran de terciopelo azul, la faja y el lazo que le servía de corbata de encendido rojo, y por encima de esta última prenda ostentaba un pañolito femenil arrollado al cuello, con la bordada punta por delante.

El único signo de sus menesteres profesionales era un delantal de piel, que llevaba arrollado bajo el chaleco, habiendo dejado por descuido un ángulo fuera, al modo de mandil masónico. Existía notoria incongruencia entre Belarmino y su mujer. Xuantipa zamarreó a Belarmino y le arrastró por las solapas hacia fuera.

El traje, aunque varía según la localidad, guarda relación en los detalles generales. En Mindanao los hombres usan camisa partida, pantalón ancho y pañuelo en la cabeza arrollado en forma de turbante; las mujeres visten de blanco, llevando una especie de saya que llega poco más abajo de la rodilla.

Pues a sortear y dirigir aquella revolución doméstica; que atajarla era imposible, y el que se le pusiera delante, arrollado sería sin remedio... De esta idea provino la relativa tolerancia con que habló a su sobrino en la segunda noche de confianzas, la maña con que le fue sacando noticias y pormenores de su novia, sin aparentar curiosidad, aventurándose a darle algunos consejos.