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Actualizado: 31 de octubre de 2025


Una tarde de verano, en Segovia, contemplando desde su habitación el rojo deshojamiento del crepúsculo sobre el valle del Eresma, vio pasar por la calle a un arrogante galán que se detuvo a mirarla. Iba vestido a lo soldado, con harta pluma en el sombrero. Una daga cubierta de piedras preciosas brillaba sobre sus gregüescos acuchillados. Aquella escena muda se repitió varias veces.

Esta existencia obscura de cultivador de la tierra, obligado a la economía y en lucha interminable con la escasez, asustaba a Gallardo, hombre arrogante y decorativo, acostumbrado al aplauso público y a la abundancia de dinero. La riqueza era algo elástico que había crecido conforme avanzaba él en su carrera, pero sin adaptarse jamás con el límite de sus necesidades.

Pues el dicho trajo cola, y cola larga; porque aposentó en las mientes de Alejandro una idea que jamás había pasado por ellas. Nieves tenía entonces seis años cumplidos; Nacho, diez mal contados: cuando ella tuviera veinte, él tendría veinticuatro. De molde. Nieves era monísima, y llegaría a ser una arrogante moza; Nacho era guapo de verdad, y prometía ser un mozo gallardo. De perlas.

La actitud de Ramoncito al pronunciar estas palabras era tan arrogante, su sonrisa tan impertinente, que Cobo, desconcertado por un momento, preguntó con furia: ¿Y por qué se dice azorar y no azarar? ¡Porque !... ¡Porque lo digo yo!... ¡Eso!... respondió el otro sin dejar de sonreír cada vez con mayor ironía y echando una mirada de triunfo a Esperanza.

Dos veces había tenido que esconderse mientras el teniente Martínez, erguido dentro de su uniforme viejo, que le venía muy ancho, galvanizada su flacura de enfermo por un deseo de mostrarse sano y arrogante, entraba en Villa-Rosa, por la puerta abierta de par en par, como si fuese el dueño.

Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela; la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna. -Así es la verdad -respondió Vivaldo.

Ella, en cambio, parecía aspirar con delectación por su naricilla sonrosada y palpitante, el vaho de macho campesino, el olor de cuero, de sudor y de cuadra que se esparcía con los movimientos del arrogante galán. Bebe, Rafael: anímate. ¡Mira a mi hombre qué amartelado está con sus serranas!

¡Por el rabo de Satanás! exclamó uno, mirad la arrogante muleta que usa este viejo. No te apoyes tanto en la chica y más en tus piernas, abuelo. ¡Cómo se entiende! dijo otro arquero. Los soldados del rey sin una muchacha que los mire, porque los viejos franceses se las llevan de paseo. ¡Vente conmigo, reina!

Entraba Rafael en el cortijo sobre su briosa jaca, erguido y arrogante como un centauro, y con gran retintín de espuelas y roce de los zajones de cuero, se apeaba en el patio, mientras su cabalgadura golpeaba los guijarros, como si aún desease emprender un nuevo galope.

Cuando supo que era concejal, quedó asombrada por lo joven que había llegado a ese puesto. ¡Ya ven ustedes que tontería! Por lo visto, en otros países se acostumbra a elegir sólo a los viejos. De cerca era aún mejor que de lejos. Un cutis que parece raso; una dentadura preciosa; luego una arrogante figura; el pecho levantado y ¡unos brazos!..."

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