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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Entonces, desconcertado por la prisa, mientras las cornetas seguían llamándole con sus sonidos estridentes, soltó el fusil y, agarrando el cadáver por las manos, lo arrastró penosamente hasta dejarlo en el cercano extremo del reducto que daba junto al borde del tajo; luego volvió en busca del arma y, empuñándola por el cañón, empujó con la culata el cuerpo inanimado, que cayó al barranco arrastrando piedras y rebotando contra las aristas salientes de las rocas.

Por eso salió muy ufano á la calle, reunió á los suyos, contólos uno á uno, miró á Cafetera con un poquillo de ternura, y con otra seña muy expresiva los arrastró á todos á la taberna de enfrente, en la que entró gritando: ¡Seis tazas de café y seis copas de anisao!

El orgullo de vecindario arrastró al Capellanet a participar momentáneamente de las opiniones de los otros, pero pronto renacieron su gratitud y su afecto a Febrer. No importa.

Pero, ¡yo os arrastro! ¡yo os llevo! dijo ésta con acento en que brotaba un tanto de irritación ; ¡y lo notará quien nos vea! ¿Cómo llevaríais á vuestra amante, caballero? ¡Ah! ¡según! dijo el joven ... si íbamos huyendo de un marido, de un padre, ó un hermano... No, no tanto como eso: marchemos naturalmente, como dos enamorados á quienes importan poco el frío, la lluvia y el viento.

Cuando el señor Laubepin acababa de rendirse á mismo este honorífico testimonio, una vieja criada vino á anunciarnos que la comida estaba servida. Tuve entonces el placer de conducir al comedor á la señora de Laubepin. Durante la comida la conversación se arrastró en los más insignificantes asuntos.

Un sentimiento que ella creyó ser de piedad, la arrastró de una manera irresistible hacia aquel ser que sufría por ella, y en un arrebato de ternura le preguntó: ¿Le duelen sus quemaduras, Juan? ¿No? Bueno, vamos a subir juntos ¿quiere, amigo mío? Había pasado su brazo bajo el de Juan e instintivamente buscaba un apoyo en aquel hombro robusto.

Y la fascinación que le había llevado hasta allí, poderosa, terrible, le arrastró todavía. Se despidió de Casilda, y se entró en la sala. Los balcones estaban completamente cerrados; las paredes y el techo cubiertos con paños de terciopelo negro franjeados de oro, el suelo cubierto con un paño negro.

Quiero cumplir su voluntad con el mismo afán que si fuese la de Dios... , , huyamos... Ella lo manda... Se alzó de la silla vivamente, y dió algunos paseos rápidos por la sala. Después arrastró desde su cuarto un baúl-maleta, y se puso á introducir en él ropa que sacaba con precipitación del armario.

¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! y retorciéndose y desgarrándose los vestidos, Lucía se echó en el suelo, y se arrastró hasta Sol de rodillas, y se mesaba los cabellos con las manos quemadas, y besaba a Juan los pies; a Juan, a quien Pedro Real, para que no cayese, sostenía en su brazo. ¡Para Sol, para Sol, aun después de muerta, todos los cuidados! ¡Todos sobre ella! ¡Todos queriendo darle su vida! ¡El corredor lleno de mujeres que lloraban! ¡A ella, nadie se acercaba a ella!

En aquel momento una voz estridente, imperiosa, sonó en sus oídos. ¡Todavía no te has ido a acostar, arrapiezo! Y al levantar los ojos vio a Amalia, con el rostro pálido, los labios apretados, que cogió a la niña con violencia por el brazo dándole una fuerte sacudida y la arrastró hacia la puerta. La cólera de Amalia.

Palabra del Dia

hociquea

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