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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Con grata sorpresa pude averiguar que algunas de las obras que he lanzado a la publicidad estaban agotadas y otras a punto de estarlo. Fue pasión incontrastable de mi ánimo, no esperanza de lucro o de gloria, la que me arrastró a novelar en esta edad tan poco feliz para las musas.

Marta y Laura se echaron al cuello de la campesina, y la colmaron de agradecimientos y de caricias. La vieja lavandera estaba tan emocionada, que un torrente de lágrimas le corría por los ojos, sin que pudiera hablar. De pronto, Marta la tomó de una mano y la arrastró hasta el coche. Catalina, querida Catalina le dijo . Tenéis que venir con nosotros. Vuestro marido os espera en Maraghem.

Y aunque embargado todavía por el dolor de la pérdida de una joven esposa y adorando su memoria, su temperamento ardiente y exuberante le arrastró á seducir á aquella doméstica. Quedó en cinta. D. Félix, para evitarle la vergüenza envióla á Castilla facilitándole todo lo necesario. Murió allá.

El alud de las revoluciones pasó sobre él y le arrastró como hoja seca, pero, restablecida la calma, aparecía Agapo, de nuevo, sobre la superficie, como cuerpo boyante; sus peregrinaciones, ya voluntarias, ya forzadas, le llevaron por toda la República y aun fuera de ella, pero su cuartel general era Buenos Aires, y a la capital volvía, como bestia extraviada a la querencia.

En vano Bonifacio, que se había dejado querer, no quiso dejarse robar; Emma le arrastró a la fuerza, a la fuerza del amor, y la Guardia civil, que empezaba a ser benemérita, sorprendió a los fugitivos en su primera etapa. Emma fue encerrada en un convento y el escribiente desapareció del pueblo, que era una melancólica y aburrida capital de tercer orden, sin que se supiera de él en mucho tiempo.

Está loca, Marta; ¿acaso tenéis la culpa de que ese bribón de Federico haya tenido la idea de reaparecer de repente? Vamos, vamos, reíos de la injusticia de la condesa y volved a vuestro cuarto. No me atrevo dijo la viuda con verdadero miedo ; me haría echar a la calle por los sirvientes. Mathys la tomó la mano y la arrastró, diciendo con gran agitación: ¿Echaros a la calle?

Pero, ¿no te mueves? exclamó misia Casilda, corre, vuela a la policía, no pierdas tiempo. Le arrastró, y dando traspiés, como ebrios, salieron los dos, bajaron la escalerilla atropelladamente. ¡Quilito! ¡Quilito! clamaba la señora.

Los fogonazos se sucedían sin interrupción; un segundo contrabandista cayó, y se oían ya las voces de mando de los aduaneros. El espanto del fraile había llegado al límite; se arrastró hasta la orilla del mar, y allí, arrodillado en el agua, gritó al gitano con el acento del más profundo terror. ¡Sálvame, sálvame! ¡Y el fraile lloraba!

Allá en las profundidades de su sér, ocupado con actividad extraordinaria en coordinar la legión de pensamientos majestuosos que pronto habían de verter sus labios; y de consiguiente ni veía, ni oía, ni tenía idea de nada de lo que le rodeaba; pero la parte espiritual se apoderó de aquella débil fábrica y la arrastró consigo adelante, inconscientemente, y convertida también en espíritu.

Jaime Moro volvió a trincar a Fray Diego y a D. Juan Estrada-Rosa y los arrastró hasta la mesa del tresillo. D. Juan había perdido y se mostraba reacio, pero el simpático mancebo logró convencerle con astucia de que, si no le había dado el naipe por la mañana, era porque él, Moro, nunca había perdido a esa hora. Cuando le venía la mala era por la tarde.

Palabra del Dia

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