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Una máquina para ese anciano débil y enfermo a quien arrastro por los salones, por las calles y por el mundo entre las burlas y las sonrisas de todos los que nos miran y nos encuentran. ¡Blanca! ¡Ah!

Desde esa época hasta 1848 gozó de una constitucion bastante liberal y benéfica; pero el interes de la independencia arrastró al pueblo neuchâtelés á la revolucion general de ese año; no sin que ántes, en 1831, hubiese estallado una insurreccion que fué reprimida por los Prusianos.

La fuerza de la costumbre le arrastró al puente, hablando con el capitán y los oficiales, que apreciaron á las primeras palabras su mérito profesional. La consideración de que no era mas que un intruso en este sitio, la molestia de verse sobre un puente en el que no podía dar orden alguna, le hicieron descender á las cubiertas bajas, examinando los grupos de pasajeros.

Pero a mi vez el demonio de la locura me arrastró tras aquel ¡y dale! burlón, a una pregunta que nunca debiera haber hecho. Oigame, María Elvira me incliné: ¿Vd. no recuerda nada, no es cierto, nada de aquella ridícula historia? Me miró muy seria, con altivez, si se quiere, pero al mismo tiempo con atención, como cuando nos disponemos a oir cosas que a pesar de todo no nos disgustan.

Entre uno de los montones de paja se movia un pequeño objeto revolcándose sobre algunos harapos: un grito agudo me hizo ver que era un niño. Muy cerca estaba sobre otro monton de tamo una vieja tullida que pocos momentos despues se arrastró sobre las manos y las rodillas para recoger la limosna que mi compañero le arrojó desde la escalera.

Arrastró a su hija hacia aquélla, exclamando: Ven, Laura, ven; ésta es la mujer que te ha devuelto a tu madre; que se ha sacrificado por tu felicidad y por la mía. Te he dicho que la abrazarías algún día con tierna gratitud; pues bien, hija mía, estréchala entre tus brazos; es un corazón noble el que sentirás latir sobre tu pecho.

Viniendo al café aquella noche había tropezado en la calle con un hombre tendido sobre la acera. Quiso levantarle. El hombre no podía tenerse en pie a causa de su extrema debilidad: según dijo no había tomado alimento en treinta y seis horas. Lleno de compasión le arrastró como pudo hasta un restaurant próximo; hizo que le sirviesen caldo y le pagó una buena comida.

Elías no la dejó concluir. Arrebatado de entusiasmo, alzó los brazos y gritó: ¡Lázaro, Lázaro! Antes que Lázaro llegara, el realista se lanzó fuera, y le trajo ó, más bien, le arrastró. Arrodíllate ahí le dijo con voz fuerte, presentándolo ante la devota. Arrodíllate delante de esa santa. Ha dicho que tienes buen corazón.

Guillermo se levantó, cogió a su amigo en sus brazos y se dirigió silenciosamente a la orilla del río, donde cavó una fosa, colocando encima una piedra con una sencilla inscripción, pero el primer vendaval llenó la inscripción de arena y polvo, y la primera crecida del Danubio arrastró piedra, sepultura y cadáver. Guillermo murió al año siguiente. Eulalia aún vive; ahora tiene veintiocho años.

Y arrastró consigo á la Dorotea, que se dejó conducir maquinalmente, bajó por la escalera principal, pasó por junto al escudero y la dueña que permanecían atados, abrió la puerta, salió y la tornó á cerrar. Cuando estuvieron en la calle, el bufón dijo á la Dorotea: Vuélvete á tu casa, y espérame: yo no te puedo acompañar. Pero...