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Lo ignoro; pero ello fue, que durante la velada el señor D'Orsel vino, me tomó por el brazo, y, más muerto que vivo, me arrastró hasta ponerme cara a cara con Magdalena. Estaba en medio del salón, en pie cerca de su marido, con aquel traje deslumbrador que la transfiguraba. Señora... le dije.

Anduvieron por el bosque y por el Jardín Zoológico. Miss Mary arrastró a Lita en su cochecito, páranse ante las jaulas de los animales. Lita adoraba los animales. Y ese día, a pesar de su deseo de reanudar cuanto antes la labor, tuvo más gusto que nunca en ver leones, jirafas, avestruces, serpientes, de cuánto Dios crió.

La barca se arrastró primero mansamente sobre la tranquila superficie de la bahía; después ondularon las aguas y comenzó a cabecear: estaban fuera de puntas; en el mar libre. Al frente, el oscuro infinito, en el que parpadeaban las estrellas, y por todos lados, sobre la mar negra, barcas y más barcas que se alejaban como puntiagudos fantasmas resbalando sobre las olas.

Mirósela y vio que todavía sangraba del golpe, pero entre sus dedos lucía una hoja de acero. No pudo recordar cuándo ni cómo vino a su poder. La persona que le sujetaba por la mano, era el señor Morfeo, que arrastró al maestro hacia la puerta, pero éste se resistía y se esforzó en articular el nombre de «Melisa», tan bien como lo permitía su boca contraída y convulsa.

Allí citó y aguardó D. Diego a D. Alonso; y como éste no acudiese al desafío, D. Diego, declarado vencedor por el Rey moro, ató a la cola de su caballo un cartelón donde iba escrito el nombre de D. Alonso de Aguilar con la calificación de alevoso, y le arrastró por el suelo con ignominia.

Se dejó caer a los pies de Laura, se arrastró sobre las rodillas y se puso a decir, mientras abundantes lágrimas brotaban de sus ojos, y le caían por las mejillas: ¡Oh señorita, tened compasión de mi desgracia! perdón, perdón, para una pobre mujer. Maldecidme, tomad mi fortuna, pero no me entreguéis a la justicia. Seré pobre, me arrepentiré de mi crimen.

Amparo ni lo miró, tan ridículo le había parecido la víspera cuando entró llorando, trayéndolo medio arrastro su madre: Carmela fue la única que le habló humanamente, y le dijo el nombre de dos o tres cosas, que él preguntaba sin lograr más respuesta que bromas y embustes.

De buena gana bailarías un poco, ¿no es verdad?... Pues mira, por no has de dejar de hacerlo. Vamos allá, que quiero bailar contigo. Y dicho y hecho: la condesa, á pesar de los ruegos y las protestas del mayordomo, le arrastró hacia el sitio del baile y se introdujo allá resueltamente.

Un náufrago gigante que había pasado algún tiempo entre nosotros tuvo ocasión de volver á su tierra natal valiéndose de un bote en armonía con su talla que la marea arrastró hasta nuestras costas. Al emprender su viaje de regreso no iba solo.

Media pulgada de roña le cubría la piel; y en cuanto al cabello, dormían en él capas geológicas, estratificaciones en que entraba tierra, guijarros menudos, toda suerte de cuerpos extraños. Julián cogió a viva fuerza al niño, lo arrastró hacia la palangana, que ya tenía bien abastecida de jarras, toallas y jabón.