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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Ellos que lo vieron y supieron por lo que decía otro huésped de casa que yo lo era arrancaron tras el picaño, y asiéronle y dejáronme a repelado y apuñeado; y con todo mi trabajo me reía de lo que los picarones decían a la Guía. Porque uno la miraba y decía: ¡Qué bien os estará una mitra, madre, y lo que me holgaré de veros consagrar tres mil nabos a vuestro servicio!

En todas las tribus y lenguas que cubrían y animaban el Nuevo Mundo, en el Anahuac, en el Yucatán, en Guatemala, en la risueña meseta de los Andes, donde moraban los chibchas y en el resto de la América del Sur, sobre todo, entre los quichúas y los guaraníes, germinaba y estaba ya pronta a abrirse como flor hermosa una civilización original e indígena que los españoles arrancaron de cuajo, borrando sus huellas, aniquilando hasta su recuerdo, y, ora destruyendo la raza que iba a dar al mundo esa civilización llena de novedad inaudita, ora sumiendo en la abyección a esa raza por medio de la servidumbre, del oprobio, de rudos trabajos y de inhumanos castigos.

Los reveses no le arrancaron el entusiasmo por lo que amaba, ni exacerbaron su escepticismo; pero, al convencerse de que las condiciones de la vida habían variado por completo para él, adquirió una serenidad que, contrastando con los pocos años, daba a sus frases un dejo amargo y melancólico. Aun las sátiras más enérgicas parecían brotar tristemente de su boca.

Cuando se hubo rendido por entero al pecado, y la arrancaron de su embriaguez los primeros anuncios de la maternidad, creyó enloquecerse. Sin esperar, reveló todo a su padre. Entretanto el seductor desaparecía de Segovia. Medrano fue encargado de ir en su busca. Poco después, en Arévalo, el mismo desconocido se presentó al escudero, declarando su nombre y su raza. Era un morisco.

Explicó que era el dueño del castillo. «¿Francés?», siguió preguntando el teniente. «, francés...» Quedó el oficial en hostil meditación, sintiendo la necesidad de hacer algo contra este enemigo. Los gestos y gritos de otros oficiales le arrancaron á sus reflexiones. Todos miraban á lo alto, y el viejo les imitó.

Estas explicaciones arrancaron muchas veces largas carcajadas á la muchedumbre pigmea, que sentía compasión por la ignorancia y la grosería del coloso. En otros momentos, el enorme concurso quedaba en profundo silencio, como si cada cual, ante las vacilaciones del inventario, buscase una solución para explicar la utilidad del objeto misterioso.

Ahora ordenaba con voz imperiosa. Resultaban inútiles sus intentos de resistencia. El tío le insultaba con las peores palabras ó le inducía con promesas de seguridad. No supo ciertamente si fué él quien se arrojó al agua ó si le arrancaron de la barca los zarpazos del médico. Pasada la primera sorpresa, experimentó la impresión del que recuerda algo olvidado.

Con harta precipitación, sin examen imparcial de los hechos y sin tener presente la brillante hoja de servicios del conde de Onís, el rey le privó de su empleo en el ejército y de todas las cruces y condecoraciones que poseía. Bajo el peso de aquella horrible injusticia, el pundonoroso militar quedó anonadado. Sus compañeros le arrancaron la pistola en el momento de atentar a su vida.

Villalonga giró sobre el último concepto como una veleta impulsada por fuerte racha de viento. «El abrigo que yo llevaba... mi gabán de pieles... quiero decir, que en aquella marimorena me arrancaron una solapa... la piel de una solapa quiero decir...». Cuando se metió usted debajo del banco. Yo no me metí debajo de ningún banco, tocaya.

Uno de los primeros elementos de fuerza que allegaron fue el clero, a quien adulaban, disponiéndose, no obstante, a comprar por poco dinero sus bienes, cuando los progresistas los arrancaron de las manos que llamaban muertas.

Palabra del Dia

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