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Actualizado: 16 de junio de 2025
En esto precisamente estaba pensando cuando un ¡alto! energico resonó en el aire. Pasaban delante del cuartel y uno de los guardias había visto el farol apagado de la carromata y aquello no podía seguir así.
Hojeda entró con ella en la vivienda, que era un triste y desabrigado desván, sin otros muebles que una mesilla y dos o tres taburetes; en una esquina había un miserable fogón apagado; en otra, un montón de trapos, restos, al parecer, de un antiguo colchón, donde dormía toda la familia.
Escapósele a aquella una leve exclamación de sorpresa, que el tío Frasquito pescó al vuelo; mas un azulado relámpago iluminó en aquel momento la escena; un inmenso diseño cromático, nacido en las alturas de la orquesta y resuelto en las profundidades de los bajos en un rumor apagado y fatídico, anunció la caída del rayo, y entre truenos y relámpagos y sublimes convulsiones de los instrumentos de cuerda, escapósele lo que Butrón añadía, pudiendo percibir tan sólo estas palabras dichas por el diplomático con grande insistencia: Mañana, a las cuatro, en casa... ¡Por Dios!, que no faltes, ni dejes de avisar a Jacobo...
Tiene la oreja empedernida y algo vidriosa; este viso cárdeno es mayor por detrás de la misma oreja, y se va extendiendo, aunque más apagado, por entre un cabello claro y flojo, como si aquella carne que se desorganiza no tuviese vigor para sujetar la cabellera. Mi mujer se cubrió los ojos, y exclamó aterrada: no quiero ver más, no puedo estar aquí, y salió precipitadamente de la galería.
No me sigas, te prohíbo que me sigas; si te siento detrás, te mando un tiro. La hoguera se había apagado; la noche era obscura, y debajo de los sauces no se veía... Agapo corrió en pos del sobrino, desaparecido entre las tinieblas.
Luego, abatida por este esfuerzo, se desplomó en su lecho, diciendo con apagado acento: ¡Dios mío! No permita Tu bondad que nunca sepa que cuando he visto a mi prima he sentido deseos de que ella muriese también conmigo. El ministro del Señor, acompañado de su séquito, salió de la estancia. Reinó en ésta un silencio que nadie se atrevía a interrumpir.
Bajó al jardín, lo atravesó andando casi de puntillas, y subió desde el vestíbulo a las habitaciones de los duques, llevando las manos delante, como quien se arriesga a oscuras y sin guía por un terreno poco conocido. El rumor de sus pasos quedaba apagado por la tira de tupida alfombra extendida a lo largo de los corredores.
Así andaba por todo el caserón, como si estuviera muriendo alguno. Sin darse cuenta del porqué, don Víctor se figuraba el misticismo de su mujer como una cefalalgia muy aguda. Lo principal era no hacer ruido. Si el gato de Anselmo mayaba abajo, en el patio, don Víctor se enfurecía, pero sin dar voces, gritaba con timbre apagado y gutural: ¡A ver! ¡ese gato! ¡que se calle o que lo maten!
Este mastín fue el encargado de romper la paz de aquel paraje, alzándose iracundo contra el advenedizo, ladrando con un grito ronco, apagado, testimonio de su decrepitud. El P. Gil detuvo el paso, y comenzó a decir en tono dulce y persuasivo: ¡Toma, toma! ¡Quis, quis!
En la casa de Elorza se asomaron tres o cuatro personas, que también se metieron velozmente, y ¡oh dolor!, al retirarse cerraron tras sí los balcones. ¡Ea, ya oímos lo que teníamos que oír! ¿Han cerrado los balcones? Sí, señor, los han cerrado y han hecho perfectamente. De aquella muchedumbre salió un suspiro apagado de fatiga y de rabia.
Palabra del Dia
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