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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Apagado el fuego de la pasión amorosa que le había arrastrado a un segundo matrimonio, padeciendo los vejámenes que éste trajo consigo, despertose en su memoria la pura felicidad que había gozado con el primero y el recuerdo de las virtudes de su infeliz esposa; el amor del hijo que le había dejado, creció en su pecho con estas dulces memorias, y la común desgracia que sobre ellos pesaba, contribuyó también a acalorar su cariño.

Y aunque mi fe se haya apagado, y aunque mi corazón llegue a quebrarse, he ahí la dorada prenda que prueba que soy dichosa siempre. ¡Quiera Dios que pueda despertar! Porque sueño no cómo. Y mi alma se agita dolorosamente en el temor de haber hecho mal, en el temor de llegar a saber que el muerto abandonado no es feliz ahora.

¡Qué diferencia con su primer despertar en Candore! Todo entonces parecía sonreírla; los rayos del sol, el perfume de las flores, el canto de los pájaros, y su alma dilatada se abría a la esperanza. Habían pasado menos de dos años, y en su corazón, como ante sus ojos, el sol se había apagado, las flores se habían marchitado, las canciones se habían callado y la esperanza había muerto.

¿Zabe uzté cómo llaman las monjas en mi país a este pezcao? me preguntó mi compañero, cortando un trozo de japuta y llevándoselo a la boca. Le miré sin contestar: El pezcao del nombre feo. Y dejó escapar al mismo tiempo aquella risita equívoca, parecida a un chillido nacido y apagado en la garganta y que era en él la suprema explosión de alegría.

Unos ratos eran de silencio absoluto, otros flotaba sobre la atmósfera del sagrado recinto un murmullo apagado de rezos rápidamente dichos, y de cuando en cuando se oía hacia el exterior rodar de carruajes y tañer de campanas: hubo un momento en que, al levantar los que entraban el cortinón de la puerta, se oyó la música profana de un organillo que tocaba en la calle el brindis de La Traviata.

Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estaño, la taza y la copa en que había tomado café y anís don Víctor, que ya estaba en el Casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la taza yacía medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo impregnado del café frío derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo.

Quizá el elemento de los celos no estaba apagado del todo en su apasionado y pequeño corazón. Quizá sería tan sólo que las redondas curvas y la rolliza silueta, ofrecen una superficie más extensa y apta para el roce. Pero como que tales efervescencias estaban bajo la autoridad del maestro, su enemistad a veces tomaba una forma nueva que no se dejaba reprender.

El susurro apagado de la conversación de los dos hermanos, cortado a menudo por alguna carcajada reprimida, despertaba en su corazón una envidia punzante y triste. La joven era hermosa, con una fisonomía noble y simpática. Ricardo, sin darse cuenta, la estuvo mirando toda la noche; pero ella no pareció fijar la atención en él.

Y á lo léjos, muy á lo léjos, como un aviso del otro mundo, con la expresion autómata de un hecho mecánico, repetia el eco casi apagado: ¿qué quieres? ¿quién eres? ¿qué buscas aquí?

El nochiero llama el Dante al sombrío pasante de las almas perdidas... Siento un rumor lejano, un apagado murmurar, el tenue choque de maderas contra las piedras. Avancemos; al doblar una esquina, aparecen unos quince o veinte hombres, ocupados en colocar los atriles de una orquesta frente a los balcones desiertos de una casa envuelta en la oscuridad.

Palabra del Dia

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