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Actualizado: 19 de junio de 2025
A fin de tener esta satisfacción honrosa, y tal vez para ganar algunos reales, porque se jugaba a diez por cada cien tantos, y él ganaba casi siempre, se violentaba el médico hasta el extremo de afeitarse un día sí y otro no, y dejar en la antesala la capa y el sombrero, sin entrar con la capa sobre los hombros, cuando no embozado y con el sombrero encasquetado hasta las cejas, según solía entrar en las demás casas donde iba de visita. ¡Tan profundo era el respeto que doña Inés le inspiraba!
Y cuando misia Casilda extendió la mano, en señal de despedida, ella la tocó con la punta de los dedos, articulando un adiós tan frío, que se le quedó congelado entre los dientes. Acompañóla hasta el vestíbulo, y allí, en la puerta de la antesala, con una inclinación seca de cabeza, la despidió, volviendo luego la espalda, para hablar a los changadores... Susana besaba a la tía.
Hablar al señor Campistrón, respondió Tragomer. Está ocupado en este momento, pero si ustedes quieren hablar con la señora... Marenval y Tragomer se consultaron con la vista. No hay inconveniente, respondió Marenval. El empleado abrió una puerta practicada en la balaustrada y salió á la antesala. Llamó á una puerta y entró con aire misterioso.
Poco antes había entrado don Paco en la antesala; de suerte que si vio el empujón, vio también los besos que lo habían motivado. ¿Qué había de hacer don Paco? Hizo como sí nada hubiese visto. Y él y don Andrés entraron en la tertulia según costumbre. Al día siguiente ocurrió en Villalegre un caso que sorprendió y dio mucho que hablar.
El envenenador se dispone á entrar desde la antesala en la regia cámara, cuando el retrato de Doña Catalina, esposa del Monarca, que está colgado sobre la puerta, cae en tierra, y le impide la entrada; casi al mismo tiempo se presenta el Rey; el judío queda confuso, arroja el veneno, y al fin confiesa su propósito.
Don Paco obedecía y venía, de suerte que de diario Juanita le veía entrar, cuando ella estaba en la antesala, si bien don Paco, desdeñado y despedido, no se detenía a hablar con ella y pasaba de largo, limitándose a decir buenas noches. Juanita contestaba al saludo con fingida indiferencia; pero a hurtadillas miraba a su antiguo pretendiente, y cada ves que le miraba le encontraba mejor.
Clementina, que iba a salir por la puerta de la antesala, retrocedió para hacerlo por la de su boudoir. Antes de desaparecer, teniendo el portier levantado con una mano y encarándose con su marido, le dijo con reconcentrada ira: Al fin resultas un puerco como tu cuñado; sólo que éste no las echa como tú de generoso. Dejó caer el portier y dió un gran portazo.
En la puerta de la escalera sonó un campanillazo, que denotaba el tirón brutal de una mano burda. Nelet salió rápido de la cocina, y haciéndolo retemblar todo con sus zapatos, corrió a abrir. Hubo en la antesala exclamaciones como berridos y caricias que parecían golpes, cual si alguien riñese a brazo partido. ¿Qué es eso? dijo doña Manuela, avanzando hacia la puerta.
No pudo prescindir de una sensación de respeto hacia aquellas tres damas, desconocidas todavía para él, que le parecían tres perfectos modelos de virtud. Tocó, y le abrió una de ellas. La decoración le afectó un poco: los retratos históricos de la antesala le miraron todos con sus ojos apolillados. Lázaro tuvo miedo.
Cuando Juanita veía pasar por la antesala a doña Agustina, que iba muy pomposa a la tertulia, la sangre del valiente oficial de Caballería que circulaba en sus venas se alborotaba toda, y necesitaba ella del dominio que tenía sobre sí para contener sus ímpetus y no arañar a doña Agustina.
Palabra del Dia
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