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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Apenas había empezado a subir la escalera que conducía al cuarto de Oliverio me detuvo no sé qué extraño presentimiento confuso. El corazón me latía violentamente. Bajé, atravesé sin hacer ruido la antesala que estaba desierta, y me deslicé por uno de los caminos que conducían del patio al jardín.
La esposa de Felipe III se dirigió a la antesala y allí dijo a un lacayo: El abrigo de esta señora. No se habló otra palabra. El lacayo entregó el abrigo. María Estuardo se lo puso sin ayuda de nadie, con mano temblorosa. Luego avanzó unos cuantos pasos, y volviéndose de pronto, dirigió una mirada de odio mortal a D.ª Margarita de Austria, que se la devolvió acompañada de una sonrisa de desprecio.
Por supuesto que a este señor no hay quien le sufra desde que las damas le visitan. ¿No advierten ustedes qué impertinente se ha puesto? Temiendo estoy que el primer día que vaya a la Granja me obligue a hacer antesala. Los tertulios reían. Sí, sí, se le notaba más serio.
Lo mismo decían los que estaban en la antesala, gente menuda, con blusa unos y chaqués raídos otros, todos hombres de fe, que llevaban sus ahorros al santuario de la honradez, y mientras aguardaban el turno cuchicheaban, haciéndose lenguas de sus virtudes.
Después de una larga travesía sobre el muelle, que se hace á pié ó en coche, el viajero penetra á los estrechos salones de la Aduana, pasando sucesivamente, de antesala en antesala, bajo la inspección minuciosa de los guardas, empleados de aduana y agentes de policía.
Apenas le hablaba alguien, se apresuraba á contestar con grandes muestras de respeto, huyendo inmediatamente. La Titonius tenía en torno á ella un círculo de hombres, que eran en su mayor parte los jóvenes de aspecto «artista» vistos por Robledo en la antesala. Muchas señoras se burlaban francamente de la condesa, partiendo de sus grupos irónicas miradas hacia su persona.
Otros tantos pollos dando vueltas en la antesala, el aire triste, la mirada opaca, abrochándose mutuamente los guantes con las horquillas de sus hermanas. Generalmente eran los mismos. Cada pollo bailaba dos o tres polkas, rigodones o lanceros con las hermanas de sus amigos.
Acerté a dar con uno de los que tienen más sentada su reputación. Por supuesto que tuve que hacer una antesala digna de un pretendiente, porque una de las cosas que mejor se saben hacer aquí, es esto de antesala. Por fin tuve el placer de ser introducido en el obscuro santuario.
Nadie pensaba misia Casilda, ni un criado, ¿llamaré? ¡Dios mío! no me atrevo; ganas me dan de bajarme y echar a correr... ahí viene alguien. ¡Valor! Cuatro changadores, con el piano en hombros, salieron por la puerta de la antesala, y una vocecita fresca decía: ¡Cuidado! reparar en los cristales y en el farol; más despacio, agacharse un poco...
Pero se detuvo al oír la voz cascada y chillona que sonó en la antesala. ¡Es el ama...! ¡el ama! gritó Amparito con ingenua alegría. Pero inmediatamente se contuvo, ruborizada, como si hubiese cometido una terrible inconveniencia. Precedida de Nelet, entró en el comedor, balanceándose y atronándolo todo con sus chillones «¡buenos días!», una labradora gruesa y hombruna.
Palabra del Dia
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