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Actualizado: 9 de junio de 2025


Apenas le hablaba alguien, se apresuraba á contestar con grandes muestras de respeto, huyendo inmediatamente. La Titonius tenía en torno á ella un círculo de hombres, que eran en su mayor parte los jóvenes de aspecto «artista» vistos por Robledo en la antesala. Muchas señoras se burlaban francamente de la condesa, partiendo de sus grupos irónicas miradas hacia su persona.

Como la condesa no veía ya cerca de ella más invitados á quienes presentar su héroe, lo condujo á un gabinete completamente solitario, sin duda á causa de los olores que á través de un cortinaje llegaban de la cocina, demasiado próxima. Ocupó un sillón amplio como un trono, é invitó á sentarse á Robledo. Pero cuando éste buscaba una silla, la Titonius le indicó un taburete junto á sus pies.

Copiaba la Titonius los gestos pueriles y el habla ceceante de su amiga; pero estas imitaciones infantiles resultaban en ella extremadamente grotescas. Ahora que estamos solos dijo , espero que hablará usted con más libertad, y vuelvo á hacerle la misma pregunta del otro día: ¿Qué opina usted del amor?

Como la condesa declamaba con vehemencia, las dos señoras se veían obligadas á elevar un poco el tono de su voz, y el ingeniero, que era de oído sutil, pudo enterarse de lo que decían. Sería preferible murmuraba una de ellas que en vez de regalarnos con versos, preparase un buffet mejor para sus invitados. La otra protestó. En casa de la Titonius, la mesa era más peligrosa cuanto más abundante.

La mayor parte del público no pudo ocultar su regocijo al ver que se abría la puerta de la habitación donde estaba instalada la mesa. Muchos corrieron, atropellando á los demás, para entrar los primeros. La Titonius, apoyada en un brazo del ingeniero, le miraba de muy cerca con ojos de pasión.

Y el otro, abriendo los brazos con una expresión de desaliento, dijo: Soy su dueño; soy el marido de la condesa Titonius. Después de tal revelación, creyó oportuno Robledo abandonar su asiento, guardándose el cigarro que iba á encender. Al volver á los salones vió que todos aplaudían ruidosamente á la poetisa, convencidos de que por el momento había renunciado á decir más versos.

Este hombre había necesitado hablar á Elena con una urgencia angustiosa; sólo así era explicable que se decidiese á buscarla en casa de la condesa Titonius, ¿Qué estarían diciéndose?... Se atrevió á pasar, fingiendo distracción, ante la puerta del gabinete. Ella y Fontenoy hablaban de pie, con el rostro impasible y muy erguidos.

Para llegar á condesa se había casado con el conde Titonius, personaje arruinado é insignificante, que consideró preferible esta humillación á pegarse un tiro. Ocupaba en la casa una situación inferior á la de los domésticos.

El español miró á un lado de la mesa, luego miró al lado opuesto, y pensó: «Cualquiera diría que estoy entre dos maridos celososEn uno de los tés de la marquesa de Torrebianca conoció Robledo á la condesa Titonius, dama rusa, casada con un noble escandinavo, el cual parecía absorbido por su cónyuge, hasta el punto de que nadie reparase en su persona.

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