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Actualizado: 18 de junio de 2025


Haré, no obstante, un esfuerzo para ser breve y para decirlo todo en cifra y resumen, aunque sea con mengua de lo explícito y de lo claro que anhelo ser siempre en mis escritos. En literatura no hay modas de París, como en trajes y adornos de señoras, y tampoco hay progreso en literatura como en química, cirugía o mecánica, aplicada a la industria.

En él lo más serio, lo más profundo, más que el amor al arte, más que el anhelo de la pasión por la pasión, siempre había sido el amor paternal... frustrado. Y siempre lo había deseado lo mismo; su deseo tenía la forma plástica, constante, fija, de un recuerdo intenso. Siempre era el hijo; varón y uno solo; su único hijo.

Su lectura, que comencé de un modo maquinal, impresionó al cabo de algunos minutos mi imaginación, inclinándola, no precisamente a las ideas religiosas, sino a cierta suerte de anhelo inefable y humildad voluptuosa que el misticismo produce siempre en los temperamentos nerviosos y líricos. Acordeme de la graciosa hermana, y nunca su imagen produjo en un estremecimiento más dulce y feliz.

Mas, contra lo que esperaba, no sucedió; antes se abalanzaron todos hacia las ventanillas, con la misma curiosidad y anhelo que si nunca la hubieran visto. Y eso que la mayor parte eran naturales y vecinos de la provincia.

Por eso ahora, contemplando a Gonzalo, se relamía de gozo, se estremecía de anhelo, como el tigre que divisa la presa. Aprovechando un instante en que nadie hablaba con él, se fué hacia él muy quedo y por detrás. Y poniéndose repentinamente delante, escupió más que dijo estas palabras: Gonzalo, ¿cómo eres tan borrico? Estás siendo la burla y la risa de todo el mundo.

En consecuencia de todas estas causas, pero aun mucho más debido á algo desconocido, parecía que no había ya en el rostro de Ester nada que pudiera atraer las miradas del amor; nada en la figura de Ester, aunque majestuosa y semejante á una estatua, que despertara en la pasión el anhelo de estrecharla entre sus brazos; nada en el corazón de Ester que pudiera responder á los latidos amorosos de otro corazón.

Después que lo hizo se asustó terriblemente y escrutó con anhelo si Clementina lo había sentido. La dama continuó impasible, extática, escuchando la música. Sin embargo, por sus claros y hermosos ojos resbalaba una leve sonrisa que el joven no pudo advertir.

Era tan grande la actividad de doña Inés, que a pesar de tan varias ocupaciones, aún le quedaba tiempo para satisfacer su anhelo de enterarse a fondo de la historia contemporánea y local, que tenía para ella más atractivos que la Historia Universal o de épocas y países remotos.

Eran sus razones cariñosas en demasía, y mucho mas quando ámbos se miraban. Memnon tomaba muy á pechos sus asuntos, y á cada instante crecia en él el anhelo de servir á tan hermosa y desdichada persona.

Este anhelo que hoy se ha apoderado de todas las cabezas, hasta de las más vacías, hace recordar aquel gracioso epigrama de Goethe á los originales: «Un quídam dice: Yo no pertenezco á ninguna escuela; no existe maestro vivo de quien reciba lecciones; en cuanto á los muertos, jamás he aprendido nada de ellos». Lo cual significa, si no me equivoco: «Soy un majadero por mi propia cuenta». Este afán desmedido de originalidad ¿qué otra cosa es sinó lo que hemos dicho, una exageración de la energía individual, un desequilibrio, el pecado, en fin, de la soberbia?

Palabra del Dia

vorsado

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