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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Mi distinguido amigo: Para El Liberal del domingo próximo me pide usted amablemente que escriba yo algo sobre las cosas que en las antiguas edades pasaron en la isla de Creta. Grande es mi deseo de complacer a usted, pero tropiezo con dos dificultades.
Aquella mañana había gran fiesta, como dijo Marieta de Fontenoy cuando al entrar con Lorenza Margillier vió á Tragomer que estaba fumando un cigarrillo en el cuarto de Maugirón. ¿Dónde está el dueño de la casa? dijo Lorenza echando descuidadamente el sombrero en un sofá y besando amablemente á Tragomer. Está poniéndose guapo. Y bien, Marieta, ¿no me dice usted nada?
Hallo una discordancia entre la hermosa franqueza que usó conmigo el primer día y la excesiva prudencia que impone a nuestras relaciones en la pequeña sociedad que nos rodea. Cuando así se lo hago observar amablemente, me responde riendo: Está jurado y no hay que hablar más del asunto.
La Roubinet, como de costumbre, ha dicho lindas frases sobre el primero de enero, y cuando deseó amablemente un marido a las solteras presentes, la virtuosa Melanval no dejó de exclamar: Con el permiso de Dios, por supuesto... A lo que Francisca, nerviosa, por su comienzo de escaramuza con la Bonnetable, respondió por lo bajo: O del diablo, me importa poco...
¡Y qué ambiente!... ¡Qué diafanidad!... ¡Ya por aquí sólo se toma olor a flores, a yuyos, a campo, a naturaleza! ¿No se toma olor a ciudad? ¿Qué raro, eh?... dijo riendo amablemente Ricardo. ¡Eso es! No se toma olor a ciudad; es decir, olor a bodegones, a cloacas, a hoteles, a multitudes. ¡A multitudes!... pero ¡qué buena observación! ¿Conque no hay multitudes en despoblado?
Y salió. ¿Cómo sucedió que Herminia se levantase y dejando el emparrado se dirigiese hacia el terraplén que daba sobre el camino en que había sido atropellado Mauricio? No es posible explicárselo más que por uno de esos impulsos instintivos que son una especie de autosugestión. Mauricio, deseando ver el sitio donde había rodado á los pies de los jinetes de Ville-d'Avray, entró en la calle y se encontró en presencia de Herminia que le miraba desde lo alto del terraplén. La saludó con política sonriendo amablemente. Herminia se puso tan turbada al verse cogida en flagrante delito de curiosidad, que hizo un brusco movimiento y el bordado se escapó de sus manos y vino á caer á los pies de Mauricio. La joven palideció de contrariedad y las lágrimas acudieron á sus ojos, mientras Mauricio recogía la labor y se la ofrecía sencillamente á Herminia, que hubiera querido que la tierra la tragase. Pensó un momento en huir por el jardín, pero sus piernas se negaron á prestarle ese servicio y se vió obligada á poner buena cara, coger su bordado y dar las gracias con voz tan débil como un suspiro, pero que pareció deliciosa al joven.
Me alegré; era el momento. Me acerqué a él y le dije: ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué mira usted? ¡Yo! exclamó él, sorprendido. Sí, me mira usted con una cara.... Cara de jambre, zeñorito me dijo amablemente . No ha pazao por mi cuerpo en to el día a razón de doz cuartoz de comida. Aquello me dió una ira y una tristeza profunda. El hombre me contó que estaba sin colocación; la familia y los hijos sin comer.
Entonces será por otra cosa por lo que le han encerrado. Martín dijo que así se lo figuraba también él. Le dió las buenas noches el carcelero; contestó Zalacaín amablemente, y se tendió en el suelo. Aquí estoy tan seguro como en la posada se dijo . Allí me tienen en sus manos, y aquí también, luego estoy igual. Durmamos. Veremos lo que se hace mañana.
El rostro del amo se serenó, dilatándose con una sonrisa de complacencia. ¡Qué chica! ¡Qué chica! Todos los rostros se volvieron hacia el sitio en que habían sonado los disparos, expresando cordial alegría. ¿Y para cuándo es la boda, mi amo? se atrevió a preguntar uno. Allá para octubre respondió amablemente el caballero.
Mientras ella gemía por la estrechez de la casa, por la orientación defectuosa de las habitaciones, todas al Norte, y la fealdad de los papeles chillones, Julieta estaba en su oficina oyendo en silencio las explicaciones de la empleada saliente, la señorita Beaudoin, solterona impenitente que se había puesto amablemente a su disposición, pero que no limitaba desgraciadamente sus buenos oficios a lo referente a los «Correos y Telégrafos» y añadía un curso variado de economía doméstica, de conveniencias mundanas y de moral de las familias, mas un compendio histórico y biográfico de Candore y sus habitantes, sin olvidar la presentación obligatoria de todos los que asomaban la nariz por la ventanilla, y Dios sabe qué desfile era aquél...
Palabra del Dia
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