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No se emplea casi nunca respondió la Fontane. Existe, por otra parte, el contraste de la independiente, y es la joven a quien todo asusta, la que teme las responsabilidades del matrimonio y rehuye la carga de almas que ese estado lleva consigo. ¡Qué valentía! exclamó Genoveva riendo. Eso huele a las Cruzadas, ¿eh, Petra? Petra se encogió de hombros amablemente sin decir nada.

Nos recibió muy amablemente y me dijo: «Usted, amiguita, hará una Gran Coqueta. ¡Lo veo desde la primera ojeada...!» En seguida me rogó muy discretamente que le enseñara mis piernas y me firmó un contrato; en la primera revista, que está en ensayo, debo representar a la hija de Jefté, al Pudor y a la Verdad. He visto los trajes, que son preciosos.

El conde, sonriendo amablemente, dejó de valerse del inglés, y le habló de pronto en español, como si hubiese reservado este golpe final para acabar de captarse su afecto con el más irresistible de los halagos. He vivido en Méjico dijo para explicar su conocimiento de esta lengua . He hecho un largo viaje por las Filipinas cuando vivía en el Japón.

Un empleado que pasea por allí metido en un largo gabán de paño azul, el aire aburrido, las manos á la espalda, le detiene: ¿Qué desea usted?... El interpelado responde aplomadamente: Ver al señor X... Conozco el camino. Y sigue adelante, pisando recio, y dueño de mismo. Su entereza le salva; parece «de la casa». El portero le saluda amablemente. ¡Menos mal!

Sin embargo, la otra noche, en la mesa, hemos disputado por primera vez, amablemente, eso , pues no podía esperarse otra cosa de la cultura de Jorge y del respeto que, aun estando en desacuerdo, me inspira siempre la palabra cortés y discreta de mi marido.

Hasta parece que se dislocó un poco el tobillo izquierdo, sin que el dolor le impidiera acomodarse el zapato con serio y recatado ademán, dando amablemente las gracias a Pablito. Al contrario, la bella doña Inés sólo apoyó ligeramente su mano en el hombro del joven duque, y saltó con tanto salero y coquetería, que el mismo gran maestre don Fernando hubo de sonreírle.

Doña Brianda se limpió el beso con el pañuelo de encajes; pero doña Inés miró sonriendo amablemente a Pablo, como invitándole a que hiciera otro tanto... Todos, hasta la anciana duquesa, parecían de buen humor, y siguieron luego danzando y riendo... Mas de pronto, como convidado de piedra, se apareció en el dintel de la puerta la imponente figura de fray Anselmo.