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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Don Pío me amaba y don Josef, que había empezado por expresarme el más profundo desprecio, había pasado del indiferentismo al entusiasmo con una facilidad extraordinaria. Yo comenzaba a ser su ídolo.

Es culpable a los ojos del mundo, pero yo no puedo censurarla porque me amaba. ¿Y quién no amaría a usted, amigo mío? ¡Es usted tan bueno, tan grande, tan noble, tan hermoso! No, no haga usted gestos de protesta. Yo no tengo peor gusto que las otras y bien lo que digo.

Y pensando en la niña de la pobre viuda, que no había salido aun del colegio, donde la tenía por merced la Directora, se entró Lucía, sin volver ni bajar la cabeza, por las habitaciones interiores, en tanto que Juan, que amaba a quien lo amaba, la seguía con los ojos tristemente. Juan Jerez era noble criatura.

La amaba yo con toda mi alma, y bien sabe Dios que mi corazón era todo suyo; que nunca mis ojos se fueron en pos de otra mujer, y que era yo celoso, en bien de mi amada, hasta, de la menor palabra que pudiera salir de mis labios con olvido de Angelina, y fuera para ella como una infidelidad mía.

Todo la había agradado en el joven. Su figura, su entusiasmo, su franqueza, su valor, su discreción, el mismo efecto violento que su hermosura había causado en él... Doña Clara, dentro de su pensamiento había acariciado á aquel amor. Se había encariñado con él, es decir, se había sentido halagada, enlanguidecida, llena por su influencia, y amaba á su amor.

Demetria no era hija de aldeanos, sino de señores, y señora ella misma por lo tanto. ¿Cómo se acordaría en las alturas de su nueva posición de la bajeza de aquel aldeano que la amaba? ¡Oh, cuánto la amaba! El pobre Nolo daba vueltas en su lecho cual si tuviese espinas. Por la mañana pensó en comunicar con su madre tan tristes noticias, pero no pudo hacerlo.

Yo me comprometía, si era necesario, a no volver a ver a mi hija para no contaminarla con mi contacto. A ella, si Juan Maury no quería tenerla en su casa, la podría tener bajo la custodia y autoridad de una ilustre y anciana parienta suya, viuda y sin hijos, y de quien sabía yo que le amaba en extremo.

Hay, mi querida Elisa, que yo amaba al marqués de Pierrepont... lo amo de toda mi vida... y si rehusé su mano es porque la tía me juró que lo desheredaba si se casaba conmigo... y hoy ha muerto... ¿entiendes?... ha muerto algunos meses después de mi matrimonio con otro... si hubiese esperado este poco de tiempo sería su mujer... ahora me encuentro separada de él para siempre... ¡y lo amo más que nunca!

Si yo apreciaba todo el valer de don Paco, aún no le amaba de amor. ¿Podía yo abusar entonces de su caballerosidad y tomarle por marido y por escudo, arrastrándole conmigo al basurero en que todos los del lugar me habían echado?

Ella se contentaría con un beso el día de las victorias, endulzaría con una frase las amarguras, y lejos de pensar que el matrimonio es el egoísmo de dos, sus ensueños de ventura se lo hicieron vislumbrar como la abnegación de uno solo. Josefina no amaba todavía a Félix.

Palabra del Dia

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