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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Muchos reían de los chistes con que el mayordomo había salpicado el programa, gracias inocentes, de una pesadez abrumadora, que parecían guardadas en el almacén del buque con las flores de trapo, las banderas y los escudos de cartón, para resurgir a fecha fija en todos los viajes. Ojeda, al salir a la cubierta, se vio detenido por la sonrisa de Mrs.
¡Hermoso día! exclamaban las gentes de tierra, encaminándose á continuar los suspendidos negocios, ó frotándose las manos á la puerta del almacén, ó contemplando la naturaleza desde las entreabiertas vidrieras del gabinete.
Pero su holgazanería le vedaba siempre entrar en faenas duras, y sólo se ocupaba de cuidar el almacén de equipajes y encargos. En destino tan poco brillante aguardaba el imaginario triunfo de aquellos buenos señores del club, tan sabios, según él, o la señal de armar camorra a las autoridades.
Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje; el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus mayores, habitáculo de sus santos y arca de sus creencias; la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles, transmitidos de generación en generación, parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina, en cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amansan la travesura e inquietud de los nietos; la calle, donde se ven desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo; todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia, desde el pesebre de un animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara.
La Compañía recomendó a Urbistondo que no se metiese a favorecerla; pero el capitán, con aquella admirable confianza que tenía en sus facultades intelectuales, no hizo caso. Creía deber suyo no perjudicar a nadie, y el director de la casa lo sacó del barco y lo llevó al almacén, donde le ocurrió el percance de la pierna.
Repito que es una idolatría como otra cualquiera, y no necesito decir si la idolatría es ó no inmoral. Hablar de la industria equivale á hablar del comercio. Un día pasábamos por la calle de Richelieu y vimos un magnífico chal bordado de oro. Yo tenia gana de saber su precio, así como de ver el arreglo interior del almacen, y propuso á mi mujer que entráramos.
Don Matías tenía sus manías; por ejemplo, ir siempre tarde a comer para demostrar que los muchos trabajos no le permitían ser puntual. Don Matías solía estar en su despacho con su gorro y su bata, cuando no andaba por el almacén, por entre hileras de sacos y de cajas, dando órdenes o paseando con las manos cruzadas en la espalda.
De todo había en su nueva esfera de acción, especialmente de zozobras é inquietudes, dándoselas, y no flojas, la mala traducción que sus obras hallaban en el almacén de marras, único punto adonde él se atrevía á llevarlas, porque en la población del centro seguro estaba él de que no pasaban.
Sus dueños sólo volvían después de comer en el restorán. Era un matrimonio de empleados, que únicamente permanecía en casa los días festivos. El hombre, vigoroso y de aspecto marcial, prestaba servicio de inspector en un gran almacén. Había sido militar en África, ostentaba una condecoración y tenía el grado de subteniente en el ejército de reserva.
Entre tanto, los comerciantes y los capitanes de buques, los dependientes de almacén y los rudos marineros entraban y salían: en torno suyo continuaba el mezquino ruido que producía la vida comercial y la vida de la Aduana: pero ni con los hombres, ni con los asuntos que les preocupaban, parecía que tuviera la más remota relación.
Palabra del Dia
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