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Actualizado: 15 de mayo de 2025
«Es cosa perdida. Hagamos cuenta de que se lo han llevado los demonios. Está viviendo con Modesto y Angustias en un cuarto de la calle de Ministriles que más parece ochavo que cuarto. Modesto sirve en un almacén de vinos, y Palo con ojos va al río. Vivirían si él no bebiera tanto. Es un pellejo con pies y manos.
Los que subían o bajaban, al pasar por la tienda abandonada echaban una mirada a los desiertos estantes y al escaparate cubierto de polvo y cerrado por fuera con tablas viejas y desvencijadas. Sobre el mostrador, pintado de color de chocolate, un velón de petróleo alumbraba malamente el triste almacén cuya desnudez daba frío.
Si aquellas casas eran tiendas de menguado surtido, la de doña Trina destacaba al modo de vasto y rico almacén, con géneros únicos de fabricación única. Verdad que no se podía sacar sino el género; luego se exigía cierta diligencia para darle hechura.
D. Baldomero disfrutaba una renta de veinticinco mil pesos, parte de alquileres de sus casas, parte de acciones del Banco de España y lo demás de la participación que conservaba en su antiguo almacén.
Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local.
Esto nos induce á dar crédito á la señora del almacen de los Panoramas, sobre el baston de Richelieu, puesto que lógico parece que descuide el baston del cardenal, quien descuida la vajilla de un rey.
Y esto era ser poeta y ser artista. Antes que en pintor, había querido picar en músico; y en este intento, aunque no llegó a dominar el arte, sacó mejores frutos que en los otros: tenía paciencia, mucha maña y buen gusto, y el piano era un almacén de sonidos hechos.
El gaucho levantó los hombros y contestó con frialdad, como si quisiera dar fin á este diálogo: ¡Me han atribuido tantos crímenes, sin poder probarme ninguno!... Continuó el baile en el «Almacén del Gallego» hasta las diez de la noche. En un país donde todos se levantaban con el alba, equivalía esta hora á las de la madrugada, en que terminan las fiestas de las grandes ciudades.
En esos días se reparten, al tiempo de los bailes, sortija y toros, varias menudencias de las que se trabajan en los pueblos, como son rosarios, vasos, cucharas, peines de aspa y lienzo de algodón; también se les da, si hay en el almacén, agujas, cintas, cuchillos y otras menudencias que ellos estiman mucho.
Fué su compatriota González quien, abandonando el mostrador del almacén, se encargó de todo lo necesario para dar sepultura á estos restos. Usted lo que debe hacer es irse á Buenos Aires repetía el almacenero . Don Ricardo y yo le sustituiremos aquí. En la capital trabajará usted por nosotros más que si se queda en la Presa.
Palabra del Dia
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