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Actualizado: 15 de mayo de 2025


La primera vez que comprendí claramente las pretensiones aristocráticas de la familia de Dolorcitas, fué hablando con un empleado del almacén de don Matías, a quien yo llamaba el Almirante. Muchos domingos, al llegar a casa de doña Hortensia me encontraba con que no había nadie, y solía entrar en el almacén. Los empleados me conocían. Allí se trabajaba lo mismo días de labor que días de fiesta.

Una vez, cierto ladrón conocido un santafecino, Ludueña que había sido soldado de línea, después desertor en la frontera y hasta capitanejo entre los indios, penetró en un almacén, luego de acostados los dueños y robó el dinero que encontró, llegando en su osadía hasta haber bebido y comido como si estuviera en su casa.

Dos señoras salían, con los ojos muy colorados de tanto restregarlos con el pañuelo, y decía la una a la otra, al llegar al zaguán: ¿Sabés la noticia que me han dado? que Goyita se escapó la semana pasada con un dependiente de almacén, y ésta es la causa de la apoplejía del padre. ¿De veras, ché? pues, la cosa no era para menos.

Un señor, vestido con cierta elegancia, comienza a llegar a hora determinada a un almacén, cuyo propietario encierra en el fondo de su alma un inmoderado deseo de lucro, que tal vez ha pasado desapercibido para el vulgo, pero que el olfato finísimo de los estafadores ha descubierto.

Como toda esta zona francesa de Normandfa y de Bretaña tiene su principal comercio con Inglaterra, y a no me convenían los aires de la pérfida Albión, tardé mucho en encontrar empleo, hasta que lo hallé en un almacén del Havre. Mi vida tenía un fin, un entusiasmo: había una mujer que pensaba en . Les escribía constantemente a ella y a Allen, y a éste le enviaba parte de mi sueldo.

Había leído más de veinte veces Los tres mosqueteros, y el fruto que sacó de esta lectura fue que los aprendices se burlasen de él viéndolo un día en el almacén, envuelto en un guiñapo colorado, con un rabo de escoba en la cadera y contoneándose como si fuese el mismo D'Artagnan con todas sus jactancias de espadachín.

Aprovechándolo todo, lo mismo lo cierto que lo dudoso, y utilizando lo histórico así como lo anecdótico, allegaba elementos para un colosal almacén literario que, por fortuna, pereció en un incendio años adelante. Zorraquín refería las acciones, describía los lugares, reproducía las palabras, dando a las alocuciones el tono y tamaño de discursos a lo Tito Livio.

Pues no, la Sílfide es un restaurant, una Sílfide gastronómica, una Sílfide que se engulle cinco ó seis platos por cinco ó seis pesetas. Al buen pastor. ¿Quién no habia de creer que se trataba de alguna hermandad ó cofradía? Pues tampoco: el buen pastor es un rico almacen de géneros, sito en la calle de San Sulpicio, núm. 21, si no yerra un anuncio que he visto cerca del Panteon.

Con ellos entraban los tripulantes de los rosarios de carretas sorprendidos por el malón en su marcha lenta, chirriante, que duraba semanas y semanas. Unas veces pasaba de largo la tromba cobriza, atraída por el ganado de lejanas estancias; otras ponía sitio al almacén, codiciando más que el dinero los barriles de caña.

, , vele con eso a doña Dolores, la de Sobrado. ¡Pues.... Jesús, Ave María! ¡No se allegue usted, que mancho! Me parece a que los de Sobrado no son de allá de la aristocracia, ni del barrio de Arriba. Aún hay quien los vio cargando fardos en el almacén de Freixé, el catalán; que por ahí empezaron, ¡repelo! Hijos del trabajo, como y como yo.

Palabra del Dia

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