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Actualizado: 21 de julio de 2025
Hubiérase abalanzado a la miserable para clavarle en aquella cara diablesca las diez uñas de sus extremidades superiores. Pero esto que algunas veces se piensa y se desea, rara vez se hace. Levantose... Sólo pudo articular un sonido gutural, débil expresión de su ira, atenazada por la dignidad. «Está jugando conmigo como un gato con una bola de papel... pensó . Me voy; si no, la ahogo...».
Nucha respiró de nuevo, llevándose la diestra a la garganta, que sin duda le oprimía el consabido ahogo. Sus facciones se serenaron un tanto, sin recobrar su habitual compostura y apacibilidad encantadora: persistía la arruga en el entrecejo, el extravío en el mirar. ¡Mi niña... articuló en voz baja , mi niña abrazada con él!
En esta aventura de aventuras, ha llovido de todo. Así estoy yo de calado; el agua me llega ya á las narices, y á poco más me ahogo. Pero dadme licencia para que escriba, que os lo afirmo, importa. No tiene trazas de dejar de llover, y como no quiero morir ahogado de este diluvio, dejadme que fabrique mi barca. Y esa barca... Ha de serlo una carta.
Y en una de estas entrevistas, donde las palabras se interrumpían con repentinos impulsos de pasión y las frases se cortaban con un salto de bestia en celo, ahogándose entre las bocas juntas y los pechos oprimidos por el abrazo, fue cuando Leonora manifestó su capricho. Me ahogo aquí dentro.
De esta suerte ahogó el general al Príncipe tártaro. No bien murió, los genios desaparecieron, y los soldados del Rey Venturoso se rehicieron y reunieron a su jefe. Este esperó con ellos a los enviados que traían la carta del Kan de Tartaria, y que no se hicieron esperar mucho tiempo.
María Teresa, aniquilada, se recostó en el gran sillón, en tanto que Juan, yendo hacia ella e inclinándose a su lado, le decía con voz grave: María Teresa ¿me perdonará usted algún día de haberme atrevido?... Dígame cuando menos que tengo disculpa; dígamelo, se lo suplico. ¡Hace tanto tiempo que ahogo mi corazón y sello mis labios para ocultar mi locura!
El duque se fué, y la doncella se subió á su aposento con el corazón latiéndole con impaciencia por el regalo que la había dado su extraño amante. Cuando tuvo luz; cuando estuvo sola, miró estremecida la cadena y ahogó un grito de asombro.
Cuando Carmen hubo desaparecido, dirigiose precipitadamente al armario, y abrió. Miguel salió a rastras del fondo con el semblante pálido, descompuesto, completamente demudado. ¿Qué te pasa? preguntó con sobresalto Lucía. ¡Que me ahogo! ¡Corre a la alcoba... métete debajo de la cama! El joven se apresuró a cumplir la orden, y al instante apareció de nuevo la doncella.
Y alardeando de apasionada y ofendida, se levantó con el pelo suelto yendo a ponerse de media anqueta en un brazo de la butaca donde él estaba, diciendo: Anda pichón, dime todo lo que has hecho, y si mientes... te ahogo. Pues, mira: ayer me levanté a las doce, almorcé, y a las dos me tenías en el Consejo magno de ferrocarriles Hispánicos. ¿Y qué pito tocas tú allí?
32 Y había allí un hato de muchos puercos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejase entrar en ellos; y los dejó. 33 Y salidos los demonios del hombre, entraron en los puercos; y el hato de ellos se arrojó por un despeñadero en el lago, y se ahogó. 34 Y los pastores, como vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por las heredades.
Palabra del Dia
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