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Uniéronse las manos de los jóvenes, y ambos se estremecieron, mirándose conmovidos y con la turbación de su ánimo reflejada en el semblante. Dale un beso, Amaury dijo el doctor, acercando a los labios del joven la frente de Antoñita. ¡Adiós, Antoñita! ¡Adiós, Amaury! ¡Hasta la vista! Despidiéronse con temblorosa voz, ahogada por la emoción.

Eres más cobarde que un hombre de Cornouailles dijo finalmente Ivona exasperada. Y como el más sangriento ultraje que se pueda hacer a un leonés es compararle con un habitante de Cornouailles, el desollador agarró a su mujer por el cuello. repitió con voz ronca y ahogada , ¡más cobarde que un hijo de la llanura!

Luego cesó de oír. Hablaba el confesor, y su voz, ahogada por la rejilla, gangosa y obscura por la costumbre del recato, llegaba hasta Pepita como el balbucear de un pequeñuelo: «

¿Qué es eso? exclamó volviéndose . Parece que anda por aquí el zorro. El marqués le cogió del brazo. Primitivo... articuló en voz baja y ahogada de ira . Primitivo que nos atisbará hace un cuarto de hora, oyendo la conversación.... Ya está usted fresco.... Nos hemos lucido.... ¡Me valga Dios y los santos de la corte celestial!

Luciana continuó: ... me he decidido... Hace mucho tiempo que Máximo había pedido mi mano... y yo vacilaba... La abominable conducta de Lautrec me ha hecho ver el valor de cada uno. Cuento con usted dije con voz ahogada, para justificarme con Máximo. Quiero tener su estima.

Pero alzando luego la vista y fijándola en Vérod, se puso a su vez a interrogarle: ¿Tenía usted mucha intimidad con la difunta? El joven no respondió. Lentamente los ojos se le llenaron de lágrimas. No debo, no, decirlo... murmuró con voz ahogada. A nadie revelaré un secreto que no es mío... que no es del todo mío... Y hasta creo, mire usted, que a ella la lastimaría, que ella me prohíbe decirlo.

Un pescador que pasaba cerca de la orilla les tomó seguramente por dos amantes dichosos, absortos en la contemplación de su felicidad. Germana fue la primera en hablar. Se volvió hacia su marido, le cogió las dos manos y le dijo con voz ahogada: Don Diego, ¿lo sabía usted? No, Germana. Si lo hubiera sabido se lo habría dicho. No tengo secretos para usted.

Y a las pocas palabras de simpatía que le dirigí, respondió con la misma voz sorda y ahogada. Todo lo he perdido... No tengo ya a nadie. ¿No le queda a usted su padre? Levantó los párpados y, olvidando su timidez, me miró de frente. Mi padre... ¿Está enfermo, no es verdad? ¡Qué ojos!

Iban atravesando la trinchera, llena de muertos, levantando los pies al sentir algún objeto blando, cuando oyeron una voz ahogada que decía: ¿Eres , Materne? ¡Ah! ¡Pobre amigo Rochart, perdón! respondió el cazador inclinándose ; ¡te he tocado! Pero ¿cómo? ¿Estás todavía aquí? ... No puedo andar..., porque me faltan las piernas.

¡Y si en todo lo que uno hace estuviese seguro del acierto! pronunció con ahogada voz el señor Joaquín, balanceando su cuello de toro. Eso se mira antes..., ¡pero teníamos tanta prisa..., tanta prisa, que no para qué sirven esos pelos blancos y esos añitos que llevamos acuestas!