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Actualizado: 5 de junio de 2025


Pero morir ahogada en el barro, sofocada por esa agua que huele tan mal, no me hacía gracia. ¡Si al menos fuese el agua verde y transparente de los lagos suizos!... Yo busco la belleza hasta en la muerte; me preocupo de la última postura como los romanos y temía perecer aquí como una rata sitiada en la alcantarilla... Y, sin embargo, ¡si supiera usted lo que he reído viendo el terror de mi tía y de esas pobres gentes que nos sirven!... Ahora el agua no sube ya, la casa es fuerte, no hay más molestia que la de verse sitiados y espero el día para ver.

Mariana no había parecido por allí; entonces volvió a su domicilio y pasó la noche paseándose en el gabinete de su esposa desde las doce hasta las siete de la mañana, a cuya hora tuvo el gusto de verla entrar pálida y yerta de frío, envuelta en un abrigo de pieles. ¿De dónde venís? le preguntó con voz ahogada. Vengo de pasear mi libertad como vos paseáis la vuestra.

Habéis tratado al señor Mathys con una frialdad tan altanera que ha acabado por declarar su intención de alejaros del castillo mañana mismo. ¡Dios mío! exclamó la viuda con voz ahogada . ¡Verme separada quizás para siempre de mi desgraciada hija! Y no nada aún; nada, sino que no tengo derechos para hacer reconocer mis derechos maternos.

La noche del día de Pascua de 1820, escribe ella, se sintió «como ahogada por su propia dicha y por la de sus hijos», y tuvo necesidad de ir, a la caída de la tarde, a reponer su corazón demasiado lleno de gracia y de lágrimas, a la iglesia de San Roque, donde ella iba a orar frecuentemente en los primeros años de su juventud.

Acababa de abrirse la puerta y el doctor salió del cuarto de su hija. El sombrío semblante del señor de Avrigny adquirió una expresión de severidad terrible al ver a Amaury ante . El joven sintió que sus piernas flaqueaban y cayó de hinojos pronunciando con ahogada voz esta palabra: ¡Perdón!

Así estuvieron los dos algunos minutos en desesperado silencio. Con voz ahogada, sin levantar la faz de la tierra, prosiguió al cabo Pepita: Vete ya, D. Luis, y no por una piedad afrentosa permanezcas más tiempo al lado de esta mujer miserable. Yo tendré valor para sufrir tu desvío, tu olvido y hasta tu desprecio, que tengo tan merecido.

»Porque, hermanos míos, estas palabras pueden aplicarse al virtuoso, al digno, al respetable anciano que todos lloramos... en una palabra, a Nicolás Kernok, antiguo negocianteAquí el señor Durand dio un primer codazo a Grano de Sal, que, apretándose la nariz con el pulgar y el índice, dejó escapar una especie de mugido sordo, como una risa ahogada.

Magdalena abrió los ojos, quiso incorporarse exclamando: «¡Aire! ¡aire! ¡Me ahogo!» y se desplomó lanzando un suspiro. Era el último. Magdalena de Avrigny ya no existía. Levantose el doctor y con voz ahogada dijo: ¡Adiós, Magdalena! ¡Adiós, hija mía! Amaury lanzó un grito terrible. Antonia sollozaba como si su pecho fuera a desgarrarse.

¿No has notado nada que pudiera justificar esas, hablillas? Nada respondí con voz ahogada, sino que Luciana atrae a los homenajes y que acaso no los desprecia. ¿Nada más? Nada más. ¿Tu opinión es, entonces, que Máximo no debe dar importancia al incidente y casarse con su Luciana a ojos cerrados? Esta vez mi corazón flaqueó.

¿Cómo, Pepa?... ¿Te has olvidado ya de tus hijos y de tu marido?... Ellos te han buscado de día y de noche... Se les ha dicho que has de haber muerto ahogada en el río y te han hecho un funeral... Te han llorado; todavía andan de luto... Pepa, impasible...

Palabra del Dia

vorsado

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