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Daba vueltas a unas mismas ideas, vulgarísimas todas, supliendo la fuerza y el peso de que carecían con lo vivo y exagerado de los ademanes. Raimundo no la escuchaba. Al cabo de unos momentos se levantó bruscamente, se enjugó las lágrimas y salió de la estancia sin decir palabra. Clementina le miró alejarse con sorpresa. Te aguardo le gritó cuando ya estaba en el pasillo.

Se enjugó cuidadosamente las lágrimas, aguardó todavía algún tiempo para que la brisa del mar borrase por entero sus huellas, y así que se halló bien serena se dirigió con paso firme á la puerta de la tienda y entró. Las pocas personas que allí había saludáronla con agasajo. Joselillo le preguntó si podría marcharse á evacuar algunos recados; no lo consintió: tenía que hacer arriba.

No es tan fácil encontrar un amor como el suyo, tan verdadero, tan noble. Conozco muy bien a Muñoz y que no podrá soportar por mucho tiempo esas actitudes tuyas. Ya te vi con Castilla. Por más que Muñoz te ame, si le sigues poniendo a prueba de ese modo, un día te dejará. Con la muerte en el alma pero Muñoz te dejará. Dijo con énfasis "la muerte en el alma" y aguardó un explicación.

No aguardó más don Diego, y volviéndose a su casa encontró con los dos caballeros del hábito y cadena amigos míos, junto a la Puerta del Sol, y contóles lo que pasaba y díjoles que se aparejasen y en viéndome a la noche en la calle, que me magullasen los cascos; y que me conocerían en la capa que él traía, que la llevaría yo.

Tanto se envalentonó don Juan a consecuencia de la entrevista en la Moncloa que, por conducto de Julia, envió a su hermosa deseada la carta siguiente: «Cristeta de mi vida: No renuncio a que hablemos en lugar seguro. Tu marido está muy lejos de Madrid, y nada tiene de particular que una señora pase a cualquier hora del día por esta calle. Aquí en mi casa te aguardo mañana a las tres.

Optó al fin por esto último y aguardó. Pronto le divisaron, porque había pocas personas sentadas; la brigadiera arrugó la frente en testimonio de desagrado y pasó sin dirigirle una mirada.

Aguardó hasta la tarde, impaciente y llena de ansiedad, y viendo que el ratoncito Pérez no mentaba para nada al tal Arcachón, aventurose a decir: «Pero en fin, ¿qué contestas a Agustín? Yo te diré que por mi parte, aunque me repugna vivir con esa gente... ya ves, por los niños...». ¡Qué niños ni qué ocho cuartos!

Como se ve, el éxito del Comendador en este primer intento de reanudar relaciones amistosas con la familia de Solís no pudo ser más desgraciado. No se arredró por eso nuestro héroe. Aguardó un rato en medio de la calle á fin de que no pudiese decir ni pensar Doña Blanca que él la seguía, y al cabo se fué á la iglesia Mayor, á donde sabía que la familia de Solís se había encaminado.

Bien advirtió Paco que la palabra mágica que le abría la puerta de aquel encantado recinto era el nombre de la señora de don Braulio González, por quien dijo que venía enviado. Fuese como fuese, le hicieron entrar en el despacho, donde aguardó más de media hora bramando de cólera y de impaciencia. El Conde, no obstante, había hecho prodigios inusitados de prontitud para vestirse.

En cuantito lo sepa la madre, ya le está a usted llamando... váyase, váyase, criatura, si no quiere que le secuestren. Le repito que tendré mucho gusto en ello. Aquí aguardo a que me llame. La hermana entró en el cuarto, y salió a los pocos momentos. ¡No se lo decía! exclamó. Entre, entre, pobrecito, y no eche la culpa a nadie, que usted se la ha tenido. Y al mismo tiempo me empujaba suavemente.