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Actualizado: 8 de junio de 2025
Siempre que el arcipreste venía a Cebre, pasaba un ratito en el estanco y cartería, donde se charlaba de política por los codos, se leían papeles de Madrid, y se enmendaba la plana a todos los gobernantes y estadistas habidos y por haber, oyéndose a menudo frases del corte siguiente: «Yo, Presidente del Consejo de Ministros, arreglo eso de una plumada». «Yo que Prim, no me arredro por tan poco». Y aún solía levantarse la voz de algún tonsurado exclamando: «Pónganme a mí donde está el Papa, y verán cómo lo resuelvo mucho mejor en un periquete».
No se arredró por eso. Llamó suavemente en el ventanillo que estaba contiguo á la cocina, donde supuso que dormiría el minero. No respondieron. Llamó de nuevo y oyó la voz del tío José, el dueño de la casa: ¿Quién anda ahí? Soy yo, tío José. ¿Quién eres tú? Nolo de la Braña. Vengo de parte del tío Goro á decirle á usted dos palabras. Es cosa muy urgente.
De tal suerte arredró tambien con este aviso á las partidas auxiliares de los otros pueblos que encontró en el camino, que varios de ellos retrocedieron y se volvieron á sus pueblos.
Como se ve, el éxito del Comendador en este primer intento de reanudar relaciones amistosas con la familia de Solís no pudo ser más desgraciado. No se arredró por eso nuestro héroe. Aguardó un rato en medio de la calle á fin de que no pudiese decir ni pensar Doña Blanca que él la seguía, y al cabo se fué á la iglesia Mayor, á donde sabía que la familia de Solís se había encaminado.
Suponiéndose ya el Comendador despojado de cuatro millones, se miraba reducido á la triste condición de un hidalgo labriego, que ó tendría que salir otra vez á buscar fortuna, ó tendría que acomodarse á vivir mal y humildemente en Villabermeja. Esto no le arredró. Eliminadas, pues, varias soluciones, el problema quedó claro y sencillo.
Currito no se arredró por eso, sino que cayó sobre mí, ora agachándose, ora dando brincos, ora acometiéndome por un lado, ora por otro. Por dicha, y si he de decir la verdad, yo sospecho que él no tenía gana de herirme, sino de asustarme.
Así gritando roncamente me amenazaba esgrimiendo sus garras. Tres veces se encontraron nuestros ojos, y tres veces nos medimos con gesto amenazador; y de los dos ¿quién se arredró? El águila fué, que huyó aterrada.
Palabra del Dia
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