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Pero en lo tocante a Lituca, no enmendaba una tilde de lo convenido. Era de lo más mono y hechicero que podía buscarse en estampa y en carácter de mujer; y además, lista y sensible y buena, sin contar lo de hacendosa y hábil. Gran barro, indudablemente, para formar una compañera a su gusto un Adán como yo, en un paraíso de la catadura de Tablanca.

Si yo erraba el golpe, como sucedía casi siempre, él me le enmendaba, si no se le había anticipado la espingarda de Chorcos desde donde menos podíamos esperarlo; y notaba yo, en el primer caso, cierta complacencia maliciosa en la mirada que me dirigía, mientras pataleaba la víctima en el suelo o descendía de los aires dando tumbos, como si quisiera decirme: «¿Vey usté cómo no val un pitu esa escopeta, con ser tan maja como esPero Chisco se engañaba grandemente, porque el arma era inmejorable, y las municiones muy dignas de ella.

Siempre que el arcipreste venía a Cebre, pasaba un ratito en el estanco y cartería, donde se charlaba de política por los codos, se leían papeles de Madrid, y se enmendaba la plana a todos los gobernantes y estadistas habidos y por haber, oyéndose a menudo frases del corte siguiente: «Yo, Presidente del Consejo de Ministros, arreglo eso de una plumada». «Yo que Prim, no me arredro por tan poco». Y aún solía levantarse la voz de algún tonsurado exclamando: «Pónganme a donde está el Papa, y verán cómo lo resuelvo mucho mejor en un periquete».

La mujer del profesor Boehme le censuraba sus juveniles composiciones, las enmendaba y podaba sin piedad, y le convencía al cabo de que eran malas y hacía que él las quemase. ¿Qué poder y que autoridad no debe ejercer una mujer sobre un poeta para obligarle a tamaño sacrificio? Catalina Schönkopf rompió con Goethe, no por la frialdad sino porque la atormentaba con celos.

También encargué á los comisionados dijeran á Nozaleda, que abusaba mucho en el ejercicio de su elevado cargo, conducía contraria á los preceptos del Sumo Pontífice, que si no la enmendaba me vería, el día menos pensado, precisado á sacar á luz cosas que le llenarían de vergüenza, y que sabía que unido á Augustín habían comisionado á cuatro alemanes y cinco franceses que disfrazados me asesinarían bajo la equivocada esperanza, sin duda, de que muerto yo, el pueblo filipino se sometería tranquilamente á la Soberanía de España; error crasísimo, porque si hubiera sido asesinado, el pueblo filipino hubiera seguido con mayor calor la revolución, surjirían otros hombres como yo que vengaran mi muerte.