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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Felizmente me he acostumbrado a no ser hombre de melindres. El caldo del cocido con su buen hueso y tuétano vale más que nada. Rosalía, por no contrariarle, a todo decía amén.
Se pusieron a cenar, y mi amigo durante la cena y después de ella trató de captarse las simpatías, o por lo menos la benevolencia de la señora, prodigándole muchas atenciones y dirigiéndole a menudo la palabra. Todo fue inútil: la china contestaba con su gruñido acostumbrado, o a todo más, con algún monosílabo que revelaba su mal humor.
Usted aseguraba que mi presencia le traía regocijo.... Pues... ya me he acostumbrado a pensar cosas tan negras como usted.... Y a desear la muerte. Si no fuese por lo que espero... me daría el mejor rato del mundo el que me pusiese donde está Pilar. Yo era fuerte y sana.... Ya no tengo ni una hora buena. Esto ha sido como si un rayo me abrasase toda.... Es un azote de Dios.
Marcos Divès costeaba el muro, marchando por la nieve; su caballo, acostumbrado sin duda a aquel camino, relinchaba, alzando la cabeza y bajándola hasta el petral, con bruscas sacudidas. El contrabandista se volvía, de vez en cuando, para dirigir una mirada a la meseta de «El Encinar», que se hallaba enfrente. De improviso exclamó: ¡Ya se ven los cosacos!
«No he omitido la menor cosa: estas fueron sus propias palabras. Tiene razón. Fuera de eso, no hay nada...» Y Ferpierre, a pesar de estar acostumbrado desde hacía largo tiempo al espectáculo del dolor, se sentía conmovido al pensar cuán amarga debía haber sido la pena de esa creyente.
Saludámosle con el Deo gratias acostumbrado, y empezó a alabar los trigos y en ellos la misericordia del Señor. Saltó el soldado, y dijo: "¡Ah, padre! Más espesas he visto yo las picas sobre mí, y, ¡voto a Cristo!, que hice en el saco de Amberes lo que pude; sí, ¡juro a Dios!" El ermitaño le reprehendía que no jurase tanto.
Don Luis, que desde niño había estado acostumbrado a que nadie se descompusiese en su presencia, ni le dijese cosas que pudieran enojarle, porque durante su niñez le rodeaban criados, familiares y gente de la clientela de su padre que atendían sólo a su gusto, y después en el Seminario, así por sobrino del deán, como por lo mucho que él merecía, jamás había sido contrariado, sino considerado y adulado, sintió un aturdimiento singular, se quedó como herido por un rayo cuando vio al insolente conde arrastrar por el suelo, mancillar y cubrir de inmundo lodo la honra de la mujer que amaba.
Se regocijaba al verle correr a su alrededor con todo el estruendo de una fantasía árabe. Tenía una amistad bien tierna por el doctor; el señor Le Bris, acostumbrado a hacer una corte inocente a sus enfermas, no sabía con precisión el sentimiento que experimentaba por la joven condesa de Villanera.
Nosotros no podemos vivir ya con mis padres. Aunque sea en una buhardilla viviremos si es preciso. ¡En casa, nunca! ¡Oh, qué orgullosita! exclamó él pellizcándola. ¿Y por qué, si yo no me doy por ofendido? Porque yo no quiero, y basta replicó ella con firmeza. Mario se había acostumbrado a obedecerla y no le iba mal. Así que no insistió.
Poco: diré a Vd. francamente, soy yo quien no gusto de comer carne; y como mis pobres feligreses se han acostumbrado por simpatía a amoldarse a mis gustos, ellos también van quitándose la costumbre, sin que por eso les diga yo sobre ello una sola palabra. Por eso verá Vd. también en el pueblo relativamente pocas aves de corral.
Palabra del Dia
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