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Pero Ester Prynne, con un espíritu lleno de innato valor y actividad, y por largo tiempo no sólo segregada, sino desterrada de la sociedad, se había acostumbrado á una libertad de especulación completamente extraña á la manera de ser del eclesiástico.

Mi criado, soldado viejo, y por lo tanto acostumbrado a las largas marchas y al fastidio de las soledades, había procurado distraerse durante el día, ora cazando al paso, ora cantando, y no pocas veces hablando a solas, como si hubiese evocado los fantasmas de sus camaradas del regimiento.

Recalde era un déspota: decidido, audaz, acostumbrado a mandar como se manda en un barco, no podía soportar que nadie le contrariase. Se casó, pasó la luna de miel; la Cashilda tuvo un niño, el antropólogo; Recalde estuvo luego navegando tres años, y volvió a su hogar a pasar una temporada. El primer día, al volver a su casa, quiso ser fino: ¿Qué hay? ¿Ha pasado algo? le preguntó a su mujer.

Acostumbrado a vivir en el mundo conjetural que se había forjado, estaba demasiado alejado del otro para discernir un solo tipo distinto. Nadie ha penetrado más profundamente en el pensamiento ni nadie ha desflorado más superficialmente al hombre.

Miraba con ojos de rabia todas las caras conocidas y burlonas que se agolpaban en la verja. Luego volvía los ojos hacia su enemigo Pimentó, que se contoneaba altivamente, como hombre acostumbrado á comparecer ante el tribunal y que se creía poseedor de una pequeña parte de su indiscutible autoridad.

Era de notar que dominaba en el aire una tranquilidad dominguera; lo cual en un campamento poco acostumbrado a la influencia del domingo, parecía de mal agüero, y sin embargo, la cara tranquila y hermosa de don Jorge no reveló el menor interés por estos síntomas. ¿Tenía conciencia acaso de alguna causa predisponente? Eso era cosa distinta.

Acostumbrado Arturito a las exquisiteces, primores y alambicadas quintas esencias de las mujeres de París, volvió muy desdeñoso, encontrando a sus compatriotas feas, zafias y mal vestidas. En ninguna de ellas descubría un átomo de chic.

Lo que el hombre no comprende, respecto á sus deberes sociales, acostumbrado á estar siempre en relacion casi exclusiva con su especie misma, lo aprende al observar la sociabilidad de los animales entre y respeto del hombre, que es su señor y generalmente su estúpido tirano.

Extendía sus piernas con la complacencia del que se ve un momento en libertad, acostumbrado a todas horas a imponerse con el ceño adusto de la dominación. Pero ¿no estaba usted enfermo? preguntó la jardinera . Yo pensaba pasar esta tarde a palacio para preguntar a doña Visita por su salud. Calla, tonta; nunca me he sentido mejor: especialmente desde esta mañana.

El otro dia su colono N. le amenazó terriblemente. Y es muy malo..... Oh! terrible.... está acostumbrado á la vida bandolera.... vamos, tiene atemorizada la vecindad.... ¿Y cómo estaban ahora? A matar; esta misma mañana salian juntos de la casa del difunto, y hablaban ambos muy recio. ¿Y el colono solia andar por aquí?