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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Poniendo término a la cuestión de si Pizarro supo o no firmar me decido por la negativa, y he aquí la razón más concluyente que para ello tengo: En el Archivo General de Indias, establecido en la que fué Casa de Contratación en Sevilla, hay varias cartas en las que, como en los documentos que poseemos en Lima, se reconoce, hasta por el menos entendido en paleografía, que la letra de la firma es, a veces, de la misma mano del pendolista o amanuense que escribió el cuerpo del documento. «Pero si duda cupiese añade un distinguido escritor bonaerense, don Vicente Quesada, que en 1874 visitó el Archivo de Indias , he visto en una información, en la cual Pizarro declara como testigo, que el escribano da fe de que, después de prestada la declaración, la señaló con las señales que acostumbraba hacer, mientras que da fe en otras declaraciones de que los testigos las firman a su presencia».
Lola le había enviado una sonrisita sarcástica que acabó de exasperarla. Se dirigió a la puerta. Siento mucho haberle molestado a usted le dijo fríamente cuando estuvieron lejos. Raimundo la miró sorprendido. Cuando nadie los oía acostumbraba a tutearle. ¿Molestia? Ninguna. Sí; porque, al parecer, estaba usted muy a gusto al lado de esa señora....
Detuviéronse ambos un instante sin proferir palabra y casi sin aliento, embargados por una intensa emoción. Luego Amaury la condujo al frondoso sitio lleno de flores en donde ella acostumbraba sentarse cuando bajaba al jardín durante el día; la hizo sentarse en el banco y él tomó asiento a su lado. Magdalena estaba en lo firme al no temer el relente de la noche.
Siempre se inclinaban del lado donde acostumbraba á sentarse la generala ó la ministra, con la abrumadora majestad de su centenar de kilos carnales. Los revolucionarios marchaban como lo permitían las exigencias topográficas: unas veces en fila, extendiéndose leguas y leguas; otras en masa horizontal á través de las llanuras, llevando en torno un segundo ejército de mujeres y chiquillos.
Rara vez entraba allí Perucho; su abuelo acostumbraba echarle para que no sorprendiese ciertas operaciones financieras que el mayordomo gustaba de realizar sin testigos.
Dió á su revés la apariencia de una broma mal interpretada. Ya sabía que con la mayor parte de las mujeres acostumbraba á usarlas, que las hacía disparatadas declaraciones de amor y le gustaba verlas enojadas. Con Paca las había usado infinitas veces, sin que jamás se le hubiese puesto seria; pero como ahora la estaban escuchando, quiso hacerse un poco la persona y darse tono...
Después de una larga peregrinación, al final de la bella estación, pasó por Niza como acostumbraba siempre al dirigirse a París. En Niza había perdido a su hermana, la única compañera de su huérfana juventud, y delante del sepulcro de aquel ser querido, iba siempre a meditar sobre los terribles enigmas de la vida y de la muerte.
Ana sabía, como acostumbraba saberlo todo, la historia de Borrén, o por mejor decir, su carencia de historia; y este carácter inofensivo del incansable faldero daba asunto a la Comadreja para crucificarlo a puras chanzas, para clavarle mil alfileres, para abrasarlo.
Y el barón, por su gesto, constantemente desabrido, por lo bronco y recio de la voz y por la brusquedad con que acostumbraba a hablarles, era para las inocentes criaturas un verdadero ogro. Iba constantemente armado de un par de pistolas; el estoque de su bastón era un verdadero sable.
Llevaba mantilla negra y una dulleta en cuyo adorno habían entrado pieles de diversos animales domésticos, hábilmente combinadas con galones que siglos antes lucieron en la túnica de algún santo o en el valiente pecho de algún oficial de guardias walonas. Salvador, que había visto algunas veces a la dama, la conoció. Acostumbraba a mirar con respeto aquella decadencia más lastimosa que risible.
Palabra del Dia
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