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Quién dice que el Cristo crucificado del Museo del Prado, es imagen teatral y lúgubre, o que tiene mucha sangre; quién niega que sean de mano de Velázquez las figuras del cuadro de la Vista de Zaragoza; otros le atribuyen lienzos medianos en que no puso pincelada; escritor hay que al hablar de Las Lanzas le supone la ruin malicia de haber pintado zafios a los holandeses y gallardos a los españoles; no falta quien acepte por auténticos cuadros como la pequeña Reunión de retratos del Louvre, y hasta se ha llegado a echar de menos en Velázquez cualidades que poseía en alto grado.

Si supiéramos de qué disposiciones nos ha dotado el Autor de la naturaleza no seria difícil ponerlas en accion, ofreciéndoles el objeto que mas se les adapta, y que por lo mismo las excita y desarrolla; pero como al encontrarse el hombre engolfado en la carrera de la vida, ya le es muchas veces imposible volver atras, deshaciendo todo el camino que la educacion y la profesion escogida ó impuesta le han hecho andar, es necesario que acepte las cosas tales como son, aprovechándose de lo bueno, y evitando lo malo en lo que le sea posible.

Venían a provocarme a un duelo a pistola en condiciones graves. Yo acepté desde luego; tenía la seguridad de que no me había de pasar nada. Nombré de padrinos a un condiscípulo de San Fernando y a un oficial inglés de Marina que comía en el hotel y que estaba en un navío surto en la bahía de Cádiz.

Mi amigo Periquito es hombre pesado como los hay en todos los países, y me instó a que pasase el día con él; y yo, que había empezado ya a estudiar sobre aquella máquina, como un anatómico sobre un cadáver, acepté inmediatamente. Don Periquito es pretendiente a pesar de su notoria inutilidad.

Acepté el trato; en ocho días, el viejo alquiló una tienda ésta , instaló el almacén y principió una propaganda de todos los diablos. Habrás visto en todos los periódicos unos carteles enormes anunciando que Ninon de Lenclos rejuvenecía a todas las viejas.

Antes comía muy bien, pero ahora me cuesta mucho trabajo conseguir que tome alguna cosa; un triunfo cuesta el que acepte las medicinas. Considérame: estoy muy acongojada, apenas duermo, y vivo en constante zozobra. Don Román vino a verme, y vino también tu amigo don Quintín. Es un joven muy bueno. Me preguntó si en algo podía serme útil y si necesitaba yo alguna cosa.

Cenamos y nos dieron las tres de la mañana. En todo el club no se hablaba de otra cosa que de la boda, y, como era natural, la crítica se recreaba en morder el argumento por todas sus faces. ¿Vienes a casa? me dijo don Benito; tu cuarto está pronto. Acepté. A las cuatro de la mañana entrábamos en la casa de mi viejo amigo. Charlamos largo rato y en medio de la charla de don Benito, me adormecí.

Por amor de doña Eulalia, lo sufrí todo y mayor afrenta hubiera sufrido a ser posible mayor afrenta. Harto he demostrado después mi valor. Acrisolada está mi honra. La fortuna además me ha favorecido. La satisfacción que espero y pido para los pasados agravios es que vuesa merced me acepte como yerno. En este punto, apareció doña Eulalia al lado del galán.

Estaban dando las dos cuando la campanilla sonó alegremente a impulso de un mano viva y nerviosa. Es la señorita Francisca, seguramente dijo Celestina, yendo a abrir sin apresurarse. Era ella, en efecto, que venía con Petra Brenay, Genoveva Ribert y sus madres, a buscarme para dar un paseo. Acepté con entusiasmo.

Para decir verdad, ella hereda toda la fortuna con la condición de que acepte a este individuo como su secretario y consejero confidencial. ¡Blair debía estar loco! exclamé. ¿Conoce Mabel a este misterioso italiano? No ha oído nunca nada sobre él.