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Mirad dijo Dorotea inclinándose hacia Montiño y fijando en él sus grandes ojos ; el duque me importa lo mismo que esto y tomó un pedazo de pan y le desmigajó de una manera nerviosa . Cuando tenía hambre... deseé brillar por mi aparato, por mis trajes, por mis alhajas, le acepté con hambre... hoy... hoy me importa muy poco el duque. ¡No le necesitáis ya! No necesito alhajas ni brocados.

En suma, hallé en él lo que raras veces he visto en el curso de mi vida, un hombre que se adaptaba perfectamente al desempeño de su empleo. Tales eran algunos de los individuos con quienes me puse en contacto al entrar en la Aduana. Acepté de buen talante una ocupación tan poco en armonía con mis hábitos y mis inclinaciones, y me puse con empeño á sacar de mi situación el mejor partido posible.

Hablamos cuatro palabras nada más; y volví y me colé en la casa; y me hice amigo de la tía y hablamos; y una tarde salió el picador de entre un montón de banastas donde estaba durmiendo la siesta, todo lleno de plumas, y llegándose a me echó la zarpa, quiero decir, que me dio la manaza y yo se la tomé, y me convidó a unas copas, y acepté y bebimos.

En vista, además, de la flaqueza y pasiones bajas de la plebe humana, la moral religiosa no ha podido revelarse tampoco, al menos como precepto, con toda su austeridad y firmeza: ha necesitado transigir un tanto para que el vulgo la acepte, se conforme y se someta.

Yo le juré guardar el más profundo secreto, acepté la gargantilla, y el cocinero se fué prometiéndome volver para decirme qué noche y á qué hora debe venir su majestad. En esto debe de haber andado el duque de Lerma... estoy casi seguro dijo el sargento mayor ; porque ¿á quién interesa más que al duque el tener bien cogido al rey?

Acepté ya el destino, y no me parece conveniente rehusarle ahora. Tiene usted razón. ¡Bien! ¡Bien! Abrió el cajón de la mesa, sacó un puñado de monedas, me hizo la cuenta, a tanto por día, como a un criado, y me dió unos cuantos duros. ¡Triste condición la del pobre! pensé. ¡Triste condición la de quién está obligado a servir a otro!

Como esta mujer vive tan retirada, no la conocí hasta el día del convite: me pareció, en efecto, tan bonita como dice la fama, y advertí que tiene con mi padre una afabilidad tan grande que le da alguna esperanza, al menos miradas las cosas someramente, de que al cabo ceda y acepte su mano.

Cuando llegamos a la aldea en que vive Federico Bergams, el cochero me propuso que atravesáramos el bosque de Muraster para acortar el camino. Yo no acepté porque la obscuridad es intensa, y confieso que no me gusta andar por los caminos apartados, sobre todo de noche.

Vivís en el número 24 de la calle de Murillo, y aquí tenéis el menú de vuestra comida de hoy. Me invitasteis hace dos meses, y acepté, tomándome la libertad de traeros unas quince personas más. Soy la proveedora de todo, hasta de los convidados. Pero tranquilizaos, a todos los conocéis, son nuestros amigos comunes... y desde esta noche podremos juzgar de los méritos de vuestro cocinero.

Sólo la muerte puede librarme: yo debería esperarla, porque no tardará; pero el mal no espera, no. »Si la apeno, perdóneme usted. Piense usted que no tengo a nadie más en el mundo a quien decir estas cosas en esta hora extrema. Todavía quisiera dirigir a usted otro ruego: acepte usted mis memorias, que dejo para usted. Estoy segura de que las conservará usted con el amor que siempre me ha tenido.