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Actualizado: 20 de junio de 2025


Alguien dijo que le había visto en la calle socorrer a un pobre, mirar con piedad a una mujer perdida, y acariciar a un niño... Pero nadie sabía quién era. Todos le han olvidado. Estaba el deán tomando chocolate y leyendo entre sorbo y sopa un diario neo católico, cuando entró en su cuarto el ama, diciendo sobresaltada: Señor, ahí está Garcerín, y dice que la catedral se viene abajo.

Había perdido el instinto de la conservación en aquel mundo de incendios y de fuerzas ensordecedoras. Sentía caprichos de niño, una tendencia á acariciar aquellos bloques tan refulgentes, tan bonitos, con su blancura sonrosada, que podían comerse su mano con sólo el roce.

Miguel, colocándose á sus espaldas, vió que tenía una manga casi suelta, dejando ver la blanca carne del brazo y la deliciosa oquedad de la axila con su fino musgo. Se arrepintió de su violencia, de sus maneras, que rompían al acariciar, como las de un marinero ebrio. Otra vez se apiadó Alicia de su confusión infantil. No vale la pena.

Y a ratos, cuando sus manos se cansaban de acariciar las manos, los cabellos, las ropas de la muerta, se las llevaba al cuello con ademán violento, cual si quisiera estrangularse: entonces los criados, todas las personas que habían acudido, trataban de consolarle, de arrancarle a ese espectáculo cruel; pero él, con ímpetu salvaje, rechazaba a todos lejos de , extendía los brazos, se paraba, y después de recorrer con paso inseguro, cual si estuviera ebrio, el cuarto mortuorio, volvía a desplomarse junto al cadáver.

Sin embargo, al cabo de media hora de plática sentía como una impresión de fatiga. Había cierta igualdad monótona en su discurso; jamás una observación fina, ni un rasgo ingenioso, ni una frase que removiese la alegría en el corazón. La misma sonrisa, el eterno juego de ojos para acariciar al interlocutor, iguales elogios de todo lo creado.

Era mejor que lo matasen los alemanes... Y empezó á acariciar mentalmente la idea de recoger un arma de cualquiera de los muertos, cayendo sobre el junker que le había abofeteado. Estaba llenando por tercera vez los cubos y contemplaba de espaldas al teniente, cuando ocurrió una cosa inverosímil, absurda, algo que le hizo recordar las fantásticas mutaciones del cinematógrafo.

Jacobo de Lerne, al entrar, contempló aquel cuadro de santidad, que hubiera podido hacerle creer, al menos así se lo figuraba Juana, que las circunstancias eran más serias e importantes que lo que podría haberse imaginado. Sin embargo, pareció que no se había sorprendido, ni mostrose contrariado; púsose a acariciar a Roberto, cual si no lo hubiese llevado otro objeto.

Todo aquello revivía en mi memoria con sorprendente lucidez; pero causándome una emoción muy diversa de la que me producía cuando ella estaba presente, algo así como una añoranza que me era grato acariciar, dulce recuerdo de cosas amables que ya no estaban allí.

Y mientras la joven iba soltando con automática regularidad los pecados de siempre, murmuraciones en las visitas, mentiras sin importancia, deseos de humillar á las amigas, desobediencias á su madre, miraba á través de la rejilla al famoso jesuíta, su cara sin una arruga, la nariz aguileña, aquella sonrisa dulce que parecía acariciar, pero que á ella le causaba cierto miedo, como si fuese una tenaza irresistible que extraía las verdades por hondas que se ocultasen.

Por efecto de una constante elaboración de miles de años, habían formado las filtraciones en la masa calcárea extraños y monstruosos grupos silíceos, resguardados por las cortadas y dentadas puntas de las estalactitas que amenazaban nuestras cabezas, y las de las no menos irregulares estalacmitas, que unas veces alzaban sus brazos para acariciar á sus hermanas y otras atormentaban nuestros piés con sus tajadas crestas.

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