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Actualizado: 18 de junio de 2025


¿Y qué? preguntó la abuela. Que es un amor inadmisible respondió Brenay con su voz más mordaz, que estoy seguro de que hace estremecerse de horror en sus tumbas a todos los Brenay pasados... Sin contar los Mauval a que yo pertenezco, apoyó la de Brenay.

Mañana repuso la abuela es día de Todos Santos; seguramente no saldrá a pescar el tío Pedro. Pues bien dijo la chiquilla , será pasado mañana. Tampoco se pesca el día de los Difuntos. ¿Y por qué? preguntó la niña.

Para mi abuela, las tres millas y media de costa que hay entre Lúzaro y Elguea separan dos mundos aparte: la seriedad de los de Lúzaro, de la petulancia, volubilidad y fatuidad de los de Elguea. Otra causa de enemistad de doña Celestina para su yerno, provenía de ser mi abuela paterna hija de un quincallero suizo, establecido en Elguea.

Ustedes no lo han de creer, pero para ella el general San Martín fue toda la vida un bruto. Y añadía como encantado: Figúrense ustedes, el Libertador de América, uno de los primeros generales del mundo. Pero mi abuela, es claro, la pobre no lo apreciaba sino por su vida en familia.

Es una garantía. ¿El ser moreno es una garantía? dije dando una carcajada. ¡Ah! querida abuela... Y aprovechando la alegría que se leía en el semblante de la buena señora, cambié bruscamente de conversación. ¿Sabes dije, que las leyes, según este librote, se acordaban en otro tiempo con la religión para condenar el celibato?

Por eso mismo hay que combatirla afirmó la abuela con gran energía. ¿Cómo? dijo el cura más y más pensativo. Lo que pasa en los grandes centros industriales es una imagen de lo que ocurre en todas partes. Hay tendencias a la huelga general... ¡La huelga contra el matrimonio! exclamó la abuela, que no sabía si reír o enfadarse. La huelga contra el matrimonio, articuló claramente el cura.

Por otro lado pendía de la pared un cuadrito de marco ex-dorado, que encerraba las habilidades juveniles de la abuela de doña Leoncia, bordadora de lo más fino. Al lado de estos monumentos de familia estaban un par de figurines del Directorio y una Virgen del Pilar, simplemente pegada en la pared con cuatro obleas.

Juanito sonreía, acariciándose el bigote. Era su gesto favorito, y levantaba con satisfacción la manga, adornada con galones de sargento. No era un cadete cualquiera: era un «galonista», y esto, aunque fuese poca cosa para el que sueña con el generalato, siempre resultaba un paso adelante... No, no iba a los toros; era un aficionado de verdad, pero se sacrificaba por hablar toda una tarde con la novia a la puerta de su casa, en el silencio de las Claverías. La abuela había bajado al jardín, y el Azul de la Virgen no tardaría en salir, dejándole el campo libre, como si no se enterase de nada. ¡La gran tarde, amigo Gabriel!

Como comprendes, hija mía, me vuelvo a encontrar en mi esfera dijo repantigándose en los almohadones del coche amablemente enviado por la castellana y respondiendo con una señal protectora de cabeza al saludo de la gentecilla que examinaba desde su puerta el traje de las «parisienses». ¿Estás contenta, mamá? Por ti solamente, querida; a tu edad es preciso no enclaustrarse como una abuela.

Era indudable que caíamos en plena escena de familia. La abuela y yo cambiamos rápidamente una mirada de estupor, pero era imposible retroceder. El salón de los Brenay, siempre tan animado, tan alegre, tan en armonía con los gustos de los dueños de la casa, me pareció ensombrecido por negras nubes cuando tomé posesión de una silla al lado de Petra.

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