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Actualizado: 18 de noviembre de 2025


La abuela tiene la costumbre de consultar con él todos sus asuntos, pequeños y grandes. Era, pues, el caso de hacerlo. En cuanto entramos en su despacho, el padre Tomás comprendió que había electricidad en el aire. ¿La señorita Magdalena ha roto su muñeca? preguntó sonriendo al ver la seriedad de la abuela.

Las mujeres, que no eran nada en otro tiempo, están a punto de serlo todo, gracias a las solteronas añadió con malicia. ¡Todo! exclamó la abuela. Las solteronas son entonces, según usted, abominables feministas.... No, no respondió el cura divertido por la alarma de la abuela.

Con frecuencia paseaba por el claustro esperando una ocasión para hablar con Leocadia, la hermosa hija del sacristán de la Virgen. De los padres no había nada que temer; pero el futuro guerrero tenía cierto respeto a la abuela Tomasa, que veía con malos ojos estas relaciones y amenazaba con hacérselas saber a su tío el cardenal. Gabriel había hablado varias veces con el cadete.

Su salud no respondía a su aspecto, pero esto era un secreto que quedaba entre ella y su médico. La duquesa estaba en los linderos de aquella hora peligrosa, y a veces mortal, en que la madre desaparece para dejar lugar a la abuela. A menudo soñaba que la sangre le llenaba la garganta como si quisiera ahogarla.

Otras cosas de más entidad tengo que pedirle al santo respondió la abuela. Por cierto dijo fray Gabriel , que la tía María tiene que pedir al santo cosas de más entidad que reedificar las paredes del castillo. Mejor sería pedirle que rehabilitase el convento.

Maltrana había oído hablar de las riquezas de su abuela, de un tesoro oculto, que era motivo de misteriosa conversación en todo el barrio. Para rica, la tía Mariposa decían los traperos en la taberna . Esa que tie suerte; no va mas que a casas de título. ¡Las cosas que habrá encontrao esa mujer!

Al hacer plato la tía Felicia, Celso no pudo reprimir una sonrisa irónica acompañada de un resoplido despreciativo. Y mirando con estupefacción aquel manjar despreciable murmuró por lo bajo: ¡Mal rayo! ¡Nabos y berzas! Lo mismo que si no los hubiera visto en su vida, aunque su abuela se los hacía tragar la mayor parte de los días.

Hasta ahora no lograba comprender por qué me era tan indiferente el matrimonio y, al ver el espanto de la abuela, llegaba a creerme un ser desequilibrado. Ahora estoy tranquila. Veo muy bien que esta indiferencia que yo tomaba por una cosa anormal y alarmante no es más que el resultado de la educación que he recibido y el fruto de una evolución que todo el mundo echa de ver.

no sientes nada, como todo el mundo... Pregunta a Francisca, a Petra y a Paulina, y a tantas otras, lo que pensarían si se encontrasen en una situación tan ridícula. ¡Bah! se lo preguntaré cuando lo estén, porque llegarán como yo, querida abuela. No será por su culpa respondió la abuela, dando un gran suspiro. ¡Ah! Magdalena, si quisieras...

No hay más que dos maneras honradas para una mujer de tomar puesto en la vida: el matrimonio y el convento. No comprendo por qué el celibato no es tan honroso como los otros dos medios. No necesitas comprenderlo respondió la abuela con energía. No se permanece soltera; eso no se hace. Entonces, casamiento o monasterio. El convento no me dice gran cosa dije bajando la cabeza.

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