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Actualizado: 18 de junio de 2025
Desde que le habían separado de su nodriza, no había visto más que dos seres humanos, su padre y su abuela, y vivía entre aquellos dos colosos como Gulliver en la isla de los gigantes. La viuda se había secuestrado voluntariamente para estar a su lado; hacía y recibía muy pocas visitas por miedo que alguna palabra imprudente traicionase su secreto.
Al llegar al inmenso tapiz de Beauvais, del comedor, el señor Desmaroy deja escapar un grito del corazón: Qué error dejar dormir tanto dinero... Cuánto dinero improductivo... Si este tapiz fuese mío, qué pronto le vendería... La abuela disimula su asombro con una sonrisa que lo mismo significa adhesión que reprobación.
Abuela, tú no eres de la opinión de Legouvé, confiésalo... En una mujer casada respondió la abuela todo eso puede ser verdad, pero... en una solterona... ¡Solterona! exclamé lanzando una alegre carcajada. ¡Qué gran error, abuela!... Soltera sí, y a mucha honra; pero solterona, jamás...
Durante todo el día la abuela mostró una actividad febril y estuvo yendo y viniendo de la casa del padre Tomás a la del notario y viceversa. Aquello era el cuento de nunca acabar. Era tal su gozo, que no se fijó en las cosas que más le chocaban habitualmente.
Llegó el caso de contar cómo había podido don Álvaro vencer a la hija de un maestro de la Fábrica vieja, muy honrado, que velaba por el honor de su casa como un Argos. Angelina tenía padre, madre, abuela, hermanos; ella era pura como un armiño.... Mesía había empezado por seducir a los parientes. En cada casa entraba según lo exigía la vida de aquel hogar.
En el comedor, la abuela hace admirar como una reliquia la inmensa y antigua tapicería que ocupa todo un ancho hueco: una historia de caza, en la que se adivina una historia de amor.
Predica usted a una convertida dijo la abuela. Magdalena piensa como usted... Usted es para ella la ley de los profetas... Sin embargo, admitiendo que tenga usted razón, ¿todas esas bellas cosas mejorarán la situación de las solteronas?... Esa es la cuestión.
En su buena y plácida cara, iluminada por una mirada de sorprendente inteligencia, no se hubiera podido leer ninguna impresión si el brillo malicioso de sus ojos no le hubiera hecho traición. El cura se divertía. Cuando la abuela lo hubo dicho todo, el padre Tomás clavó un instante sus chispeantes pupilas en las de la abuela y se echó a reír. La abuela dio un salto de indignación.
¡Qué diluvio! exclamó la abuela. ¡Cómo las solteronas tienen la pluma tan intemperante!... Ya no me extraña que Magdalena... ¡Abuela! imploré. La pintura prosiguió la Roubinet poseída de su asunto cuenta también solteronas de talento.
¿Eso dijiste, Momo? exclamó su abuela ; ¡quita allá!, ¡esas cosas no se dicen!, ¡qué bochorno!, ¿qué habrán pensado de nosotros?, ¡echar en cara un favor!, ¿quién ha visto eso? ¿Pues qué; no se lo diría?, ¡vaya!
Palabra del Dia
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