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Actualizado: 18 de junio de 2025


Tía Carmen, sentada en su sillón y muy aliviada de sus males, nos contempla y sonríe; tía Pepilla parece una abuela bondadosa y tierna; tu papá charla y se goza en nuestra dicha, y mientras y yo estamos en el comedor y preparamos una sorpresa al santo sacerdote, poniendo entre los pliegues de su servilleta los retratos de la gente menuda, allá, en el fondo del jardín... dos chiquitines inteligentes y guapos, muy vestidos de gala, una niña que se parece a , y un rapazuelo que se parece a corren en pos de un aro tintinante.

Decid más bien: ¿quién espera, quién se desespera, quién tirita, quién se remoja, quién está en batalla descomunal con el sueño, esperando á un trasnochador insufrible? ¡Cuerpo de mi abuela, que bien son ya las dos de la mañana! ¡Don Francisco! exclamó admirado el joven ; ¿qué hacéis aquí? Esperar para deshacer. ¿Para deshacer qué?

Parece la Catedral, considerada de este modo, una matrona antiquísima, una venerable abuela, á la cual cada uno ha contado sus tristezas, confiado sus secretos, legado su gloria, pedido consejo en la desgracia y debido una oración en la hora de la muerte.

¡Cómo!... Yo doy guerra a la abuela, tengo un carácter infernal y, por añadidura, no soy seria... La cosa era fuerte. Detrás de seguía el susurro, pero con pausas. Bien necesitaban tomar aliento... Al cabo de unos instantes las dos buenas almas echaron de ver probablemente que no estaban nada edificantes o se les acabó el asunto de la conversación.

Además, yo era más fuerte que él. Pasó Machín, subió las escaleras conmigo, entró en mi cuarto y se quedó mirando los libros de mi armario y los cuadros de las paredes, con gran curiosidad. ¿Vienen de casa de su abuela estos cuadros? preguntó. . Quedó mirándolos de nuevo. Yo le contemplaba con marcada impaciencia. Usted dirá lo que quiere ... le advertí. . Voy a decírselo a usted en seguida.

Estaba allá, en la carretera de Extremadura, con su nodriza, una gran mujer buscada por la abuela. Podía permanecer tranquila... ¡Y él aún no había ido al cerro de los Corvos, ni conocía a la nodriza! Después le preguntó por su enfermedad. Feli hablaba con voz triste; parecía resignada a permanecer siempre allí, sin esperanza de volver al mundo.

¿Qué es eso? ¿Está usted mirando mi brazalete? Moro no había reparado en él. Es muy lindo se apresuró a decir por complacencia. Ha pertenecido a mi madre. Tiene más mérito de lo que parece. Este retrato, que es el de mi abuela, está hecho de mosaico... vea usted. Al mismo tiempo levantó la mano. Moro lo contempló con afectada admiración. Repárelo usted bien.

Mi abuela y mi madre no quisieron, sin duda, dejarme envanecer con esta aura popular, y después de los exámenes en la Escuela de Náutica, me entregaron en manos de don Ciriaco Andonaegui, capitán de una fragata de la derrota de Cádiz a Filipinas y de Filipinas a Cádiz.

Eso está bien hablado exclamó la abuela; Inocencio IV me consuela de San Pablo... ¿Qué tienes que responder a esto, hija mía? Lo que probablemente respondería Isabel de Francia...

Dicho esto, la abuela me dio un beso y me dejó muy pensativa. ¿Ha podido realmente la abuela conocer el amor?... Me parece tan extraordinario... Es verdad que cuando habla del abuelo su voz toma una inflección tan profunda que se ve que hay en ella un mundo de recuerdos dichosos e íntimos ocultos en la menor palabra... ¡Querida abuela!

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