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Actualizado: 18 de junio de 2025
Después de muerto le cortaron la cabeza y descuartizaron el tronco, conservándose la calavera en la iglesia de Barquisimeto, encerrada en una jaula de hierro.» Esto es lo que cuenta Cincunegui en sus Recuerdos históricos de Lúzaro, y, poco más o menos, es lo que decía el libro de casa de mi abuela, aunque con muchos más detalles y comentarios.
Son más bien cuadros despintados que mujeres de edad... Sí, comprendo, señor cura dije conteniendo la risa, son las «Flácidas» de la corporación... Un ruido de pasos, una puerta que se abre, y nuestra conversación queda interrumpida. Celestina, con su voz especial de los jueves se anuncia todavía en casa de la abuela, anunció: La señorita Sarcicourt.
El cura me echó una mirada rápida que significaba: «Va usted a estudiar en lo vivo.» Aprovechando las efusiones a que se entregaban la abuela y la señorita Sarcicourt, el padre Tomás se retiró, con gran desesperación de aquellas señoras, que querían retenerle. ¡Oh! señor cura, soy yo quien le echa... Qué lástima... murmuraba la señorita Sarcicourt haciendo monadas.
El se marchaba a las Carolinas, huyendo de aquella lobreguez maloliente que le trastornaba el estómago. Iba en busca de su amigo el Mosco y de su hija Feliciana, que tenía para guisar la cachuela unas manos de virgen, dignas de mil besos; las únicas del barrio que ofrecían cierta limpieza. Ya volvería otra vez, para ver a la abuela.
Silencio dijo la abuela; esperemos a estar en casa para hablar libremente... Al llegar, me eché en los brazos de la abuela, y sólo mis lágrimas le dijeron elocuentemente mi agradecimiento. ¡Querida abuela! suspiré, cubriéndola de besos. ¿Estás contenta, hija mía? me preguntó con voz conmovida, devolviéndome con usura mis caricias. Abuela, abuela... ¿Habías adivinado?... Qué ángel guardián...
La solterona actual es con frecuencia una mujer de gusto, cuando no es la mujer de todas las caridades y de todas las abnegaciones. ¡Ah! exclamé aturdidamente, siendo el cristianismo el que ha hecho posible la vida de la solterona, es muy natural que inspire esa vida... Otra tontería de Magdalena murmuró la abuela.
Esta es una de las plagas de nuestra época concluyó el cura haciendo un gesto de desanimación. Entonces respondió la abuela con un resplandor de esperanza, puesto que usted califica de plaga semejante estado de cosas, es que está por el matrimonio... Sin duda, señora afirmó el cura, el matrimonio es una necesidad social a la que deben someterse los que están llamados a ese estado...
Pero, a todo esto, no veía a la hija, y salí a informarme de lo que había sido de ella. ¿Pregunta usted por la señorita Elena?... No sé si podrá bajar. ¡Ha llorado tanto, la pobre!... Casi tiene fiebre. ¡Pobre joven! ¿Quería mucho a su tía? Ya ve usted... No tenía a nadie más que a ella para querer... puesto que a su padre no lo conoce y su madre y su abuela han muerto.
Los tiempos han marchado, y nosotros con ellos. La vida fácil de otro tiempo se ha acabado, y ante las generaciones nuevas se abre una vida de combate. Hay que combatir para tener un sitio al sol, y educar a las jóvenes como se las educaba en otro tiempo, sería un verdadero anacronismo. ¿Por qué? dijo la abuela, no convencida. Porque la joven figurante ha dejado de existir.
Á mi me gusta, me gusta entrarme por las tabernas. ¡Vengan cañas de Sanlúcar! Mas apenas había salido de sus labios la última palabra de la copla cuando oyó un grito extraño que llegaba del fondo de la tierra por un respiradero que la empresa de las minas había abierto en el prado. Por cierto que el tal boquete le había valido á su abuela más de trescientos reales.
Palabra del Dia
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