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Quienes carecen de oro son hombres indiferentesLa alusión a las naves de Hernán Cortés, ni la entiendo, ni creo que mi padre la entendiese. Ello es que las sentencias de mi padre produjeron asombroso efecto. La duquesa sonrió complacida y los tertuliantes mascullaron murmullos de aprobación. Terminó la reunión sin que la señora pusiese en evidencia el don poético de mi padre.

Componíanse aquéllas, como ya se ha dicho, de un poco de todo lo de éstas, y no era en conjunto tan escaso que no diera para satisfacer los gustos y las aficiones de los tertuliantes. Los había de una tenacidad de hierro para el tresillo, apegados a la mesa como la ostra al peñasco.

En un gabinete inmediato aguardaban las mesas de juego el dinero de los apasionados tertuliantes, y más adentro tres o cuatro desaforadas bandejas llenas de dulces nos prometían agradable refrigerio para cuando todo acabase.

Leopoldo Montes aspiraba a que Rubín le llevase de secretario; pero esto no era fácil. «Chico, yo se lo diré a Villalonga. Creo que me dan el secretario hecho... Veremos si te meto de inspector de policía». Otros tertuliantes sentían envidia, y aunque felicitaban y adulaban al favorecido, al propio tiempo hacían pronósticos de las dificultades que había de tener en el gobierno de su ínsula.

Tenía las manos apoyadas en los muslos, con los codos sacados hacia adelante, el torso erguido, el cuello estirado, la cabeza desviada en leve escorzo de melancolía y desdén, el cigarro puro olvidado y periclitante en un ángulo de la boca. Levantaba dos palmos sobre los otros tertuliantes.

Llamábanse así los asientos del piso superior, que se denominaban antes desvanes, y que ocupaban principalmente el público ilustrado y los clérigos. Era entonces moda estudiar á Tertuliano, y los eclesiásticos, sobre todo, tenían la costumbre de aducir en sus sermones citas de sus obras, por lo cual se les llamaba en broma tertuliantes, y tertulia al lugar que ocupaban.

En las risotadas del abundante y rubicundo señor Colignon, especie de rebase ex abundantia cordis, Belarmino adivinaba una amable cualidad personal, o acaso cualidad de raza: la de admirar con alegría. ¡Cuán de otro linaje las risitas celadas y maliciosas del sastre Balmisa y demás tertuliantes del Círculo republicano; expresión ambigua de un corazón de secano y de un celebro oscurecido!