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Dotado él mismo de una agilidad y precisión de mano incomparable, y tan seguro de su vista como de su mano, el señor de Sontis no daba entrada a su adversario; lo ofuscaba y deslumbraba con su rápido cambio, aprovechándose de los desvíos a los cuales se entregan siempre en la parada las espadas violentas, al lanzar desenganches de una rapidez fulminante.

En el mismo instante, el barón de Maurescamp sacaba el que tenía en la boca y se lo arrojaba a la cara al señor de Sontis, diciéndole: Concluya también el mío, capitán. El cigarro, a medio fumar, fue a dar en el rostro del capitán, despidiendo algunas chispas. Todos se habían puesto de pie.

Su salud se mantiene delicada, y su moral parecía igualmente afectada para siempre. Parece convencido, como la mayor parte de la gente, de que su mujer, en lo tocante al capitán de Sontis, no tiene más culpa que haber bebido demasiado Sauternes, y haber fumado un habano, cuyo humo la había privado de la conciencia de sus actos.

Finalmente, valsaba toda la noche con el capitán, hablándole con sonrisas y miradas incendiarias. Por muy reservado y desconfiado que fuese de Sontis, era imposible que resistiese mucho tiempo a tales demostraciones. Tal vez también recibió suficientes gajes para disipar sus aprensiones. De cualquier manera que sea, no tardó en participar de la pasión violenta que había inspirado.

Algo impresionado al principio por la fuerza del manejo del señor de Maurescamp, repúsose prontamente y tomó una ventaja absoluta en el segundo ataque. El señor de Maurescamp, desazonado, dijo, riendo, que esperaba tomar su desquite a la mañana siguiente. Como guste contestó de Sontis , estoy a sus órdenes; pero le advierto que ya conozco su manejo, y que no me tocará sino cuando yo lo quiera.

El señor de Maurescamp, extremadamente pálido, miraba a de Sontis y esperaba. El oficial de cazadores vacilaba, interrogando con seriedad los ojos de Juana. Y bien díjole. ¿De qué tiene usted miedo? No vaciló más; tomó el cigarro que le presentaba la joven y lo puso entre sus labios.

Quiso renovar la prueba en los días siguientes; pero no obtuvo ninguna ventaja, y si consiguió dos o tres veces en otros asaltos consecutivos, hacer sentir el botón de su florete al señor de Sontis, todos creyeron ver en ello un acto de deferencia por parte del joven. Las mujeres gustan de los valientes y victoriosos.

El señor de Maurescamp y de Sontis emprendieron un asalto, al cual la pequeña escena del día anterior daba un interés excepcional.

La señora de Maurescamp prodigaba, mientras tanto, al señor de Sontis, tantos agasajos que a pesar de su aplomo, el joven se encontraba visiblemente confundido; al mismo tiempo, como para imitar a su marido, entreteníase en beber copas llenas de Sauternes y Champagne, lo que le proporcionaba accesos de una alegría extraordinaria.

Se comprende que no se trató de ninguna clase de arreglo; en cuanto a la elección de las armas, claro está que el señor de Maurescamp, después de lo que había pasado en las diferentes ocasiones que habían tirado el florete con de Sontis, habría preferido la pistola; pero si el acto de tan mal gusto del oficial, de aceptar la oferta de la señora de Maurescamp, habíale dado al marido el papel de ofendido, éste había perdido su derecho, dejándose llevar de otro más sangriento.