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Actualizado: 9 de junio de 2025


Desde la primera mañana de su instalación, fue invitado cortésmente para acompañar al dueño de casa y dos o tres más de sus huéspedes, a pasar a la sala de los arneses, para hacer un poco de esgrima, si lo tenía a bien. El señor de Sontis contestó que tendría mucho gusto en ejercitar un poco su muñeca, pues hacía mucho que no tiraba.

Era un joven capitán de cazadores, llamado Sontis, bien nacido, pero mal educado, de un libertinaje insolente, y de costumbres groseras. Su físico no compensaba lo que le faltaba en educación social y moralidad. Era pequeño, feo, de color bilioso, muy delgado, con escasos cabellos de un rubio claro y ojos grises, de una expresión dura y cínicamente burlones.

Esas cualidades especiales habían cautivado al señor de Maurescamp, quien se había propuesto, hacía ya algún tiempo, hacerse criador y montar una caballeriza de cacerías; no cesaba de tener conferencias sobre tan importante asunto con el capitán de Sontis, y apreciaba altamente sus preciosos consejos.

Por poco preparado que estuviese para aventuras de aquella importancia, no pudo dejar de comprender el señor de Sontis el carácter de las atenciones con que era favorecido. Por extraña que fuese la aventura, parecía no quedar duda sobre que aquella mujer tan atractiva, delicada y honesta, estaba enamorada de aquel mal sujeto, palidote y vulgar.

Con mucha frecuencia daba a su marido el espectáculo de sus apartes misteriosos con el señor de Sontis; elegía indiscretamente el momento en que su marido atravesaba el patio, para arrojar por la ventana alguna flor de su corpino al oficial de cazadores; quedábase atrás con él, en los paseos a caballo, perdíase en el bosque, y no volvía hasta el caer de la noche en momento en que el barón empezaba a impacientarse, cuando no a inquietarse.

Hablábanse en voz baja, estrechadas sus manos y mirándose en los ojos, cuando el señor de Sontis sorprendió en la mirada de Juana una llama, que ciertamente no le estaba designada; volviose inmediatamente hacia el lado del bosque, siguiendo la dirección de la mirada de la joven, y vio, algo oculto entre los árboles, hacia la extremidad del camino, a un hombre que parecía indeciso en continuar o no; aquel hombre dio súbitamente vuelta a la espalda, y tomó otro camino, desapareciendo entre el ramaje.

Yo de lo que se trata y tal vez tengo algo que añadir. Poníale al mismo tiempo una moneda de plata en la mano. Tomó la carta, y como el sobre estaba todavía húmedo no tuvo que romperlo, halló dentro el billete de de Sontis que la señora de Maurescamp devolvía, habiendo puesto después de las palabras del capitán, esta breve contestación: «Le ruego que no se incomode

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