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Pero César no escribía, dictaba, y sin duda por esto, los más de ellos me tomaron como secretario, confiándome sus hechos heroicos para que los realzase con la música de mi estilo. Además, cobraba todos los meses una subvención en cada uno de los diversos ministerios, para tomar fuerzas y poder llevar adelante la magna y voluminosa obra que estaba escribiendo sobre la revolución triunfante.

Elegante y pintada como una muñeca de gran precio, teniendo por suprema aspiración el ser un maniquí que realzase con su gracia corporal las invenciones de los modistos, había acabado por sentir las mismas preocupaciones y alegrías de las otras mujeres, creándose una vida interior. El núcleo de esta nueva vida, que permanecía oculta bajo su antigua frivolidad, fué Desnoyers.

En los tramos de pared, entre las ventanas interiores, realzadas con unas líneas de vivo encarnado, había unos grandes estudios de flores en madera, pintada con los colores naturales por los artistas del país, con propiedad muy grande: dos de los cuadros eran de magnolia, la una casi abierta, y con cierta hermosura de emperatriz; la otra aun cerrada en su propia rama: y otros dos cuadros eran de las flores pomposas del marpacífico, con sus hojas de rojo encendido, agrupadas de modo que realzase su natural tamaño y hermosura.

Yo lo tengo en imperdible añadía Amalia Amézaga, señalando a otro marrano no menos lucio, que hozaba entre los encajes de su corbata. ¡Válgame Dios! ¡qué moda más fea! exclamaba Luisa Natal, hermosura próxima al ocaso, y muy atenta a no usar perifollo alguno que su belleza no realzase . Yo no me pondría semejantes bichos; ¡se acuerda uno del mondongo! ¿verdad, condesa?

Era un caserón enorme, ancho y bajo, como ávido de extenderse sobre el suelo que lo soportaba, sin torrecilla esbelta que realzase su construcción, sin huerto que lo sombreara ni campanario que elevase al cielo la cruz de su veleta: la puerta, claveteada de hierro, parecía de castillo, y a muy larga distancia no había en torno de los recios paredones árbol, planta, ni enramada alguna, cual si los jugos de la tierra se negaran a hermosear con su verdor la obra del egoísmo humano... Era la hora de salir las educandas externas: cerca de las tapias se veían parados varios carruajes, y otros, a cuyas ventanillas se asomaban cabezas de muchachas ávidas de aire libre, corrían en dirección a Madrid, donde, según lo lejano de aquel sitio, llegarían al cerrar la noche.